03 octubre 2006

La princesa Sac-Nicté


Todos los que han vivido en la tierra del Mayab, han oído el dulce nombre de la bella princesa Sac-Nicté, que significa Blanca Flor.

Era ella como la luna alta y quieta en las noches tranquilas. Y era graciosa como la paloma torcaz de dulce canto y clara y fresca como las gotas de rocío. Bella era como la flor que llena el campo de alegría perfumada, hermosa como la luz del sol que tiene todos los colores y suave como la brisa, que lleva en sus brazos todas las canciones.

Así era la princesa Sac-Nicté, que nació en la orgullosa ciudad de Mayapán, cuando la paz unía como hermanas a las tres grandes ciudades de la tierra del Mayab; cuando en la valerosa Mazapán y en la maravillosa Uxmal y en Chichén Itzá, altar de la sabiduría, no había ejércitos, porque sus reyes habían hecho el pacto de vivir como hermanos.
Todos los que han vivido en el Mayab han oído también el nombre del príncipe Canek que quiere decir Serpiente Negra.

El príncipe Canek era valeroso y tenaz de corazón, cuando tuvo tres veces siete años fue levantado a rey de la ciudad de Chichén Itzá. En aquel mismo día vio el rey Canek a la princesa Sac-Nicté y aquella noche ya no durmió el valeroso y duro rey. Y desde entonces se sintió triste para toda la vida.
Tenia la princesa Sac-Nicté tres veces cinco años cuando vio al príncipe Canek que se sentaba en el trono de Itzá, tembló de alegría su corazón al verlo y por la noche durmió con la boca encendida de una sonrisa luminosa. Cuando despertó, Sac-Nicté sabía que su vida y la vida del príncipe Canek correrían como dos ríos que corren juntos a besar el mar.
Así sucedió y así cantan aquella historia los que la saben y no olvidan.

El día en que el príncipe Canek se hizo rey de los Itzaes, subió al templo de la santa ciudad de Itzmal para presentarse ante su dios. Sus piernas de cazador temblaban cuando bajó los veintiséis escalones del templo y sus brazos de guerrero estaban caídos. El príncipe Canek había visto allí a la princesa Blanca Flor. La gran plaza del templo estaba llena de gente que había llegado de todo el Mayab para ver al príncipe. Y todos los que estaban cerca vieron lo que pasó. Vieron la sonrisa de la princesa y vieron al príncipe cerrar los ojos y apretarse el pecho con las manos frías.
Allí estaban también los reyes y los príncipes de las demás ciudades. Todos miraban, pero no comprendieron que desde aquel momento las vidas del nuevo rey y de la princesa habían empezado a correr como dos ríos juntos, para cumplir la voluntad de los dioses altos.Y eso no lo comprendieron. Porque hay que saber que la princesa Sac-Nicté había sido destinada por su padre, el poderoso rey de Mayapán, para el joven Ulil, príncipe heredero del reino de Uxmal.Acabó el día en que el príncipe Canek se hizo rey de Chichén Itzá y empezaron a contarse los treinta y siete días que faltaban para el casamiento del príncipe Ulil y la princesa Sac-Nicté.

Vinieron mensajeros de Mayapán ante el joven rey de Chichén Itzá y le dijeron:
- Nuestro rey convida a su amigo y aliado para la fiesta de las bodas de su hija.
Y respondió el rey Canek con los ojos encendidos:
- príncipe Ulil pide al gran rey de los Itzaes que vaya a sentarse a la mesa de sus bodas con la princesa Sac-Nicté.
Y respondió el rey Canek con la frente llena de sudor y las manos apretadas:
- Decid a vuestro señor que me verá ese día.

Y cuando el rey de los Itzaes estaba solo, mirando las estrellas en el agua para preguntarles, vino otra embajada en mitad de la noche. Vino un enanillo oscuro y viejo y le dijo al oído:
-La Flor Blanca está esperándote entre las hojas verdes, ¿vas a dejar que vaya otro a arrancarla?
Y se fue el enanillo, por el aire o por debajo de la tierra, nadie lo vio más que el rey y nadie lo supo.

En la grande Uxmal se preparaba el casamiento de la princesa Blanca Flor y el príncipe Ulil, de Mayapán fue la princesa con su padre y todos los grandes señores en una comitiva que llenó de cantos el camino. Más allá de la puerta de Uxmal salió con muchos nobles y guerreros el príncipe Ulil a recibir a la princesa y cuando la vio, la vio llorando.
Toda la ciudad estaba adornada de cintas, de plumas de faisán, de plantas y de arcos pintados de colores brillantes. Y todos danzaban y estaban alegres, porque nadie sabia lo que iba a suceder.Era ya el día tercero y la luna era grande y redonda como el sol, era el día bueno para la boda del príncipe, según la regla del cielo.
De todos los reinos, de cerca y de lejos, habían llegado a Uxmal reyes e hijos de reyes y todos habían traído presentes y ofrendas para los nuevos esposos. Vinieron unos con venados blancos, de cuernos y pezuñas de oro, otros vinieron con grandes conchas de tortuga llenas de plumas de quetzal radiante. Llegaron guerreros con aceites olorosos y collares de oro y esmeraldas, vinieron hombres músicos con pájaros enseñados a cantar como música del cielo.De todas partes llegaron embajadores con ricos presentes; menos el rey Canek de Chichén Itzá. Se le esperó hasta el tercer día, pero no llegó ni mandó ningún mensaje, todos estaban llenos de extrañeza y de inquietud, porque no sabían, pero el corazón de la princesa sabía y esperaba.

En la noche del tercer día de las fiestas se preparó el altar del desposorio y el gran señor de los Itzaes no llegaba, ya no esperaban los que no sabían.Vestida está de colores puros y adornada de flores la princesa Blanca Flor, frente al altar, y ya se acerca el hombre al que se a de ofrecer por esposa. Espera Sac-Nicté, soñando en los caminos por donde ha de venir el rey en quien a puesto su corazón, espera la flor blanca del Mayab, mientras Canek, el rey triste, el joven y fuerte cazador, busca desesperado en la sombra el camino que ha de seguir para cumplir la voluntad de arriba.En la fiesta de las bodas de la princesa Sac-Nicté con el príncipe Ulil, se esperó tres días al señor de Chichén Itzá que llegara. Pero el rey Canek llegó a la hora en que había de llegar.
Saltó de pronto en medio de Uxmal, con sesenta de sus guerreros principales y subió al altar donde ardía el incienso y cantaban los sacerdotes, llegó vestido de guerra y con el signo de Itzá sobre el pecho._¡Itzalán! ¡Itzalán! _ gritaron como en el campo de combate.
Nadie se levantó contra ellos, todo sucedió en un momento, entró el rey Canek como el viento encendido y arrebató a la princesa en sus brazos delante de todos. Nadie pudo impedirlo, cuando quisieron verlo ya no estaba allí. Solo quedó el príncipe Ulil frente a los sacerdotes y junto al altar. La princesa se perdió a sus ojos, arrebatada por el rey, que pasó como un relámpago.

Así acabaron las fiestas de las bodas; mas pronto roncaron las caracolas y sonaron los címbalos y gritó por las calles la rabia del príncipe Ulil para convocar a sus guerreros.
Había ido el rey Canek desde su ciudad de Chichén hasta la grande Uxmal, sin que nadie lo viera. Fue por los caminos ocultos que hay horadados en la piedra, por debajo del suelo, en esta santa tierra de los mayas, estos caminos se ven ahora de vez en cuando, antes sólo los conocían aquellos que debían conocer. Así llegó sin ser visto el rey Canek para robar a la tórtola dulcísima, al rayo de luna de su corazón.
Pero ya se afilan las armas otra vez en el Mayab y se levantan los estandartes de guerra. ¡Uxmal y Mayapán se juntan contra el Itzá!

¡Ah! La venganza va a caer sobre Chichén, que está débil y cansada del suave dormir y de los juegos alegres. Por los caminos hay polvo de marchas y en los aires hay gritos y resuenan los sonoros címbalos y truena el caracol de guerra. ¡Que va a ser de ti, ciudad de Chichén, débil y dormida en la felicidad de tu príncipe!

He aquí como los Itzaes dejaron sus casas y sus templos de Chichén y abandonaron la bella ciudad recostada a la orilla del agua azul. Todos se fueron llorando, una noche, con la luz de los luceros, todos se fueron en fila, para salvar las estatuas de los dioses y la vida del rey y de la princesa, luz y gloria del Mayab.Delante de los hijos de Itzá iba el rey Canek, caminando por senderos abiertos en medio de los montes, iba envuelto en un manto blanco y sin corona de plumas en la frente, a su lado iba la princesa Sac-Nicté, ella levantaba la mano y señalaba el camino y todos iban detrás.

Un día llegaron a un lugar tranquilo y verde, junto a una laguna quieta, lejos de todas las ciudades y allí pusieron el asiento del reinado y edificaron las casa sencillas de la paz. Se salvaron así los Itzaes por el amor de la princesa Sac-Nicté, que entró en el corazón del último príncipe de Chichén para salvarlo del castigo y hacer su vida pura y blanca.
Solitaria y callada quedó Chichén Itzá en medio del bosque sin pájaros, porque todos volaron tras la princesa Sac-Nicté.
Llegaron a ella numerosos y enfurecidos los ejércitos de Uxmal y Mayapán y no encontraron ni los ecos en los palacios y en los templos vacíos. La ira puso entonces el fuego del incendio en la hermosa ciudad y Chichén Itzá quedó sola y muerta como está hoy, abandonada desde aquel tiempo antiguo, junto al agua azul del ceñote de la vida. Quedó sola y muerta, perfumadas sus ruinas de un aroma suave que es como una sonrisa o una blanca luz de luna.
En la primavera brota la flor blanca en el Mayab y adorna los árboles y llena el aire de suspiros olorosos. Y el hijo de la tierra maya la espera y la saluda con toda la ternura de su corazón y su voz recuerda al verla el nombre de la princesa Sac-Nicté.

(leyenda Maya)


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16 agosto 2006

Las termas de Cacheuta

Fue hacia el año 1532.
Un chasqui llegó a las tierras de Cacheuta, el poderoso cacique cuyos dominios comprendían el valle de Mendoza y los alrededores. Ante el gran curaca, el emisario refirió los acontecimientos ocurridos: la pérdida de la libertad de Atahualpa, el gran señor inca, descendiente de Inti, que, hecho prisionero, esperaba ansioso el día de su liberación. Explicó al asombrado cacique la razón de su envío: llegaba a pedir su colaboración en el rescate del soberano prisionero. La fidelidad de Cacheuta no escatimó esfuerzos para cumplir con el mayor caudal a la salvación del señor de todos los quechuas. Convocó a sus vasallos, les exigió su cooperación y muy poco tiempo después un hato de llamas cargadas con petacas de cuero repletas de objetos de oro y plata estaban listas para emprender el viaje hacia el norte. El mismo cacique, al frente de un grupo de fieles vasallos, entre los que se contaban altos jefes guerreros, sería el encargado de conducirlas. Partió la expedición. Las llamas, con sus pasitos menudos, acompañados de movimientos del cuello y la cabeza, marchaban llevando en el lomo la valiosa carga que iba a servir para dar libertad al soberano de los quechuas. Llegaron a las primeras estribaciones del macizo andino. Se internaron por los angostos vericuetos de la montaña y marcharon sin descanso en su afán de llegar cuanto antes a destino. Cerca de un recodo de la montaña distinguieron, a lo lejos, un grupo de gente armada que de inmediato reconocieron como enemigos. Previendo una traición, los indígenas se pusieron en guardia, y como primera medida decidieron esconder la valiosa carga en el más seguro lugar de la montaña. Grandes conocedores del terreno, nada les fue más fácil y muy pronto su labor quedó terminada. Los adversarios, al notar que habían hecho un alto en el camino y les era imposible detenerlos al pasar donde se hallaban apostados, decidieron salirles al encuentro. Llegaron cuando Cacheuta y sus vasallos se aprestaban a hacer frente al ataque. El choque fue sangriento. Silbaban las flechas indígenas, haciendo víctimas en uno y otro bando.La lucha fue desigual, pero encarnizada. Los indígenas, que supieron defenderse con valor, finalmente cayeron vencidos. Los contrarios, ya dueños de la situación, se lanzaron en busca de su objetivo, para lo cual trataron de arrancar su secreto a la montaña. Al llegar al lugar donde fuera depositado el tesoro y cuando ya se creían dueños de él, chorros de agua hirviendo surgieron de entre las piedras, envolviéndolos. Hallaron la muerte allí donde fueron a buscar riquezas.

Fue, según la leyenda, el espíritu de Cacheuta quien hizo brotar el agua que terminó con los que no le permitieron llegar a destino y cumplir la misión que como súbditos fieles se habían impuesto. Desde entonces esas aguas, originadas en un verdadero principio de solidaridad humana, llevan en sí toda la bondad propia de tan altos propósitos y se brindan a los que acuden a ellas en busca de alivio para sus males.


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23 julio 2006

La ciudad del Zug


En otra época, el lago Zug, situado en lo alto de una montañas, no lejos de Lucerna, había sido el reino de las ondinas, gobernado por un Rey Elfo desde un palacio de cristal ubicado en el fondo del lago.
De vez en cuando por la noche, las hijas del Rey se unían a los jóvenes de la ciudad.
Bajo la luz de las farolas, las doncellas de la aguas danzaban en la fiesta de la cosecha y desaparecían al amanecer, dejando un rastro de gotas de agua que conducían hasta la orilla del lago.
Sin embargo la marcha no era siempre fácil.
Una joven ondina se enamoró profundamente de un muchacho del lugar, el cual, por su parte, quedó cautivado por la doncella, cuya voz era tan suave como el murmullo de las olas del lago, y en cuyo pelo relucían como diamantes miles de gotitas de agua.
No obstante la ondina moriría si permanecía más tiempo en la tierra, así que como era diestra en encantamientos, formuló un hechizo que permitiría al joven vivir bajo el agua, sin necesidad de aire para respirar, pero no pudo eliminar la nostalgia por lo suyos.
Poco a poco, el joven se fue entristeciendo y debilitando entre los salones de cristal en los que habitaba la ondina.
El espíritu, decían los suizos, usó todos sus poderes para aliviar el sufrimiento de su amante.
Entre un ocaso y un amanecer, hechizó la ciudad, trasladándola a las profundidades del lago.
Durante siglos, quienes miraban las aguas de Zug pudieron ver algo más que los reflejos de las nubes y las montañas.
Si el aire era lo bastante nítido y la luz clara, distinguían una ciudad entera bajo el agua.
Y no era una ciudad sumergida: la gente andaba por las calles y los jardines.
Al caer la noche, las luces tintinaban en las casas y entonces, desde la orilla se podía escuchar el tañido de la campana de la iglesia emergiendo desde el fondo del lago, llamando a la ondina y a su amante a reunirse en el sosiego de su hogar.


(leyenda suiza)


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26 junio 2006

Cerro La Isadora


Hace tiempo, una hermosa mujer, madre de dos hijos, se fue a vivir a lo que hoy se conoce como el cerro “La Isidora”. Las malas lenguas (infaltables en toda época) cuentan que era una mujer loca, que había sufrido mucho por la muerte de su marido, al que nunca olvidó. Las gentes decían que se amaron mucho y que, debido a ese amor, él había muerto asesinado por un primo celoso de ella, Isidora, que era el nombre de la mujer. Más tarde aquel desgraciado intruso, causa del infortunio de Isidora, tan hermosa como la luna llena en una noche estrellada, se suicidó lanzándose al río una noche de San Juan.

Isidora era una mujer bellísima, que gustaba cantar en las noches de verano. Pero todo cambió cuando su amado se fue en brazos de la muerte forzada, aquella muerte detestada por todos. Después de esto, Isidora tomó a sus dos pequeños hijos y se fue con ellos al cerro que hoy lleva su nombre, en San José de Maipo. Cuando pasó por el pueblo casi nadie se fijó en ella, era una extraña más que llegaba a este valle que oculta misterios y romances malditos. Esta claro, también, que nadie entendía el porqué de vivir en el cerro, sola y con sus hijos. Algunos lo asimilaban a la supuesta locura de esta mujer, pero otros decían que practicaba la magia negra, como ha sido muy común desde siempre en algunas mujeres del Cajón del Maipo.
Pasó el tiempo y los hijos de Isidora crecieron, y un día decidieron marcharse para probar fortuna en el pueblo o irse a la capital. Isidora se entristeció mucho, pero aceptó que sus retoños se lanzasen a la vida. Ellos prometieron volver, una y otra vez le dijeron que regresarían para llevársela a un lugar muy hermoso. Por eso cada atardecer, asomada sobre unos riscos, Isidora salía a ver si sus hijos venían. Pero estos nunca regresaron.

La vida se acabó para esta mujer, las lágrimas brotaron sin cesar una y otra vez de sus ojos melancólicos, los pasos comenzaron a decaer, el cabello se volvió blanco como la nieve y las arrugas se hicieron presentes. Por último, Isidora murió de pena en una noche de Luna.
Los hijos no volvieron, se olvidaron de la madre e hicieron fortuna en el norte. Pero uno de ellos, muchos años después regresó. Vino a estas tierras y fue al cerro, buscó el lugar donde habían vivido y encontró los huesos de su madre. Les dio sepultura y se marchó sin decir palabra. Pero a pesar de esto, por la ingratitud de los hijos y la promesa no cumplida, el alma de Isidora comenzó a vagar por aquel cerro, llorando por ellos. Hasta el día de hoy aún se puede sentir el triste gemido de Isidora por las quebradas. Este llanto no es como el llanto de la Llorona, es melancólico y dulce a la vez, no daña a nadie. Es el llanto de una alma que no descansa en paz, porque aún no encuentra la luz de sus ojos, sus hijos...

Fuente: la91fmchile

(leyenda chilena, zona centro)


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16 junio 2006

El Lago Titicaca


Hace mucho tiempo, el lago Titicaca era un valle fértil poblado de hombres que vivían felices y tranquilos. Nada les faltaba; la tierra era rica y les procuraba todo lo que necesitaban. Sobre esta tierra no se conocía ni la muerte, ni el odio, ni la ambición. Los Apus, los dioses de las montañas, protegían a los seres humanos. No les prohibieron más que una sola cosa: nadie debía subir a la cima de las montañas donde ardía el Fuego Sagrado. Durante largo tiempo, los hombres no pensaron en infringir esta orden de los dioses. Pero el diablo, espíritu maligno condenado a vivir en la oscuridad, no soportaba ver a los hombres vivir tan tranquilamente en el valle. Él se ingenió para dividir a los hombres sembrando la discordia. Les pidió probar su coraje yendo a buscar el Fuego Sagrado a la cima de las montañas. Entonces un buen día, al alba, los hombres comenzaron a escalar la cima de las montañas, pero a medio camino fueron sorprendidos por los Apus. Éstos comprendieron que los hombres habían desobedecido y decidieron exterminarlos. Miles de pumas salieron de las cavernas y se devoraron a los hombres que suplicaban al diablo por ayuda. Pero éste permanecía insensible a sus súplicas. Viendo eso, Inti, el dios del Sol, se puso a llorar. Sus lágrimas eran tan abundantes que en cuarenta días inundaron el valle. Un hombre y una mujer solamente llegaron a salvarse sobre una barca de junco. Cuando el sol brilló de nuevo, el hombre y la mujer no creían a sus ojos: bajo el cielo azul y puro, estaban en medio de un lago inmenso. En medio de esas aguas flotaban los pumas que estaban ahogados y transformados en estatuas de piedra.
Llamaron entonces al lago Titicaca, el lago de los pumas de piedra.

Fuente: America
(leyenda Inca)


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24 mayo 2006

Leyenda del Monte Perdido


Dicen que hubo un tiempo en el cual allí, en ese paraje, no había ninguna montaña. Eran amplios prados en los cuales los pastores llevaban a pastar a sus ovejas...
Cuenta la leyenda que uno de estos pastores estaba tranquilamente sentado jugando con su navaja a tallar en una rama de boj. En eso un hombre se le acercó. Se tratabade un mendigo, pobremente vestido, descalzo y con rostro demacrado tras tantos días de ayuno. Este le habló al pastor diciendo: - Llevo mucho tiempo sin probar bocado. Dame algo de comer, Dios se lo pagará.- El pastor, duro de corazón, no le hizo ni el menor caso. El mendigo siguió insistiendo, pero el pastor le respondió de malas maneras reprochándole que él también pasaba hambre y frío. Finalmente el pastor se volvió a concentrar en la talla del boj. Mientras, el mendigo seguía insistiendo en vano...
Cuenta la leyenda que instantes después de negarle auxilio al mendigo, el valle quedó impregnado de niebla. El pastor, amedrentado, se desentendió del mendigo con el fin de recoger el ganado disperso por el prado. Pero, con aquellas nieblas, se hacía completamente imposible. Todos estaban irremediablemente perdidos. Los nubarrones tornaron en una intensa lluvia, como jamás se había producido en los pirineos. Perro, pastor y ganado se perdieron definitivamente y nunca más se supo de ellos.
Los montañeses afirman que justo en donde se perdieron apareció una nueva montaña formada de piedra y hielo. Sin duda la más formidable, impresionante y peligrosa del Pirineo. Fue el castigo a aquel pastor que había negado a San Antonio un currusco de pan. Puesto que él dijo, cuando el pastor le negó caridad, «Te perderás por avaricioso, y allí donde te pierdas, saldrá un gran monte, inmenso, tan grande como tu falta de caridad».
Es por ello que Monte Perdido esta compuesto sólo de rocas y hielo, como el corazón del pastor...


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15 mayo 2006

El pozo amargo


En la noble mansión de doña Leonor el silencio es absoluto.
Terminado el rosario, que pasa la propia dueña después de yantar de la noche, los criados, una vez apagadas las luces y escudriñados rincones, retíranse a su aposento a descansar. Todo es silencio en la noche estrellada y lunar. De improviso, una sombra surge del portal, que con mucho sigilo y cuidando que los goznes no chirríen, cierra las claveteadas puertas, y calado el chambergo, embozado en su amplia capa carmesí y con la mano en la empuñadura de la espada, se aleja procurando que el ruido de las espuelas no le delate.
Es el joven don Fernando, que, presuroso, se dirige por la actual calle del Nuncio Viejo, sorteando encrucijadas peligrosas, a ver a Raquel, la bella hebrea, señora de suspensamientos.
Sonoras e imponentes caen sobre Toledo las diez campanadas de la noche. Don Fernando encamina sus pasos calle abajo, hasta detenerse junto a las tapias de un frondoso jardín que circunda el palacio del potentado israelita Leví. La noche, con su silencio perfumado de mirtos y claveles, envuelve acogedora las fragancias líricas de la juventud. Con cuchillos de plata, la luna hiere en un ventanal sus góticos ajimeces, mientras riela temblorosa, al murmullo del surtidor, en el estanque del jardín. Como a una cita prevista, en la ventana aparece Raquel, la hija única del potentado judío. Don Fernando, al verla, hace una cortés reverencia, y con agilidad increíble, asiéndose a las yedras y a los salientes, escala la tapia y va a reunirse con la amada en el fondo del jardín. La luna, con su cara enyesada, sonríe funambulescamente al ocultarse entre los jirones de tul de las nubes, pero no sin antes arrancar destellos de una daga que describe una curva de muerte que va por la espalda al corazón de don Fernando.
Un gemido ahogado y un cuerpo que se desploma sin vida sobre la arena del jardín, mientras que la sombra homicida se pierde en las frondas. Acude Raquel, y un grito siniestro se escapa de su pecho al ver sangrando en tierra al caballero. La luna se ha ocultado ahora entre nubes cárdenas y estalla el trueno, al tiempo que resuena una carcajada del viejo vengativo.
Todas las noches Raquel acude como a cita imaginaria al brocal del pozo del jardín. Su blanca silueta destaca sobre el fondo verdinegro de los vergeles, mientras sus pálidas manos enlazadas descansan sobre el regazo. Vierte sus lágrimas doloridas en el fondo del pozo, cuyas aguas un día se hacen amargas...
Y cierta noche, en el sortilegio del plenilunio, la infeliz Raquel, en su extravío, creyendo ver en las aguas de la cisterna la imagen del amado, es atraída por ella a lo hondo.

Viajero: Esta es la leyenda que dio nombre a la calle del Pozo Amargo, en cuya plaza solitaria verás una losa que cubre aquella poterna de aguas no salobres, sino amargas de las lágrimas que en ella derramó la bella israelita.

Fuente: Mitología y Leyendas
(Leyenda de Toledo, España)


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08 mayo 2006

Las manchas de cervatillo


Tawíyela estaba muy nerviosa y trastornada. Ella buscaba por aquí y por allá el peligro escondido en las sombras de los cerezos silvestres y los retoños de sauce a lo largo del lecho del riachuelo. Tachínchala, su bebé, apenas tenía unos cuantos minutos de nacido, y el corazón de Tawíyela latía tan fuerte como un tambor de guerra, preocupada por él. Su esposo, Tájcha, también vigilaba, observando lomás que podía ver desde el acantilado, cuidando a su familia abajo. "Oh Gran Creador, deseo sinceramente en mi corazón una manera deproteger a mi cervatillo recién nacido" suplicó la madre, mientras lavaba a su bebé con la lengua. "Tú les haz dado a todos los padres de las criaturas de esta tierra algún tipo especial de protección para sus bebés cuando nacen. El bebé del búfalo puede correr inmediatamente y ocultarse entre sus padres, tías, tíos y primos en el círculo interior seguro de la manada. Lo mismo puede decirse de los grandes alces, cuyas abuelas suenan la alarma y arrastran incluso a los muy jóvenes a la seguridad. Las ovejas tienen pequeños que puede correr al acantilado más alto casi tan pronto como nacen. Y elbebé del antílope es tan ligero de pie que puede huir con su madredel peligro casi antes de que ella termina de lavar su cara. Mi esposo y yo tememos por nuestro propio bebé, pues no tiene tales habilidades. El y yo podemos correr y saltar huyendo de cualquier amenaza, pero nuestro hijo es débil y de patas tambaleantes, y no tiene fortaleza para salir corriendo. Oh Gran Creador de todas las criaturas, por favor escucha nuestra súplica y danos alguna manera para salvar a nuestro hijo de quienes quieren convertirlo en comida.
"Con esto, el Creador de todas las cosas detuvo lo que estaba haciendo y bajó a la tierra para ver qué podía hacer. Su corazón se había conmovido por los rezos sinceros de la madre ciervo y decidió acoger su pedido. Se apareció como un gran viento que ahuyentó a todos los depredadores que habían estado escondidos en las sombras. Fueron enviados lejos para que no pudieran ver ni oír ni saber de ninguna forma qué plan idearía el Creador para ayudar a la familia ciervo a proteger a su bebé.
Entonces llamó a Tawíyela y Tájcha y se paró sobre el pequeño Tachínchala, quien acababa de caer en una mata de bayas. "Este bebé ciertamente necesita ayuda" dijo el Creador. "Esto es lo queharemos. Tráiganme una piel de ante que sea tan suave como pluma de ganso. Tráiganme sus botes de pintura y también todas sus bolsas de pigmento en polvo." El ciervo padre brincó por los árboles para reunir todos los artículos que solicitaba el Creador, mientras que la madre se quedó resguardando a su bebé.
El Creador se inclinó sobre el pequeño bebé que yacía tendido a sus pies. Tomó una inhalación profunda y luego exhaló con fuerza. Los árboles se mecieron con el aliento del Creador. Luego tomó otra inhalación más profunda aún, tan profunda y tan poderosa que aspiró todo el olor de la piel del cervatillo. Ni una sola hoja tembló en el Gran Silencio del Creador, y ni siquiera una brisa minúscula de su aliento volvió a salir de su boca. Tájcha corrió veloz a través de las cañas del sauce, abriéndose camino entre las ramas secas al lado de los pinos en su urgencia portraer al Creador lo que había pedido. La piel de ante estaba atada alrededor de su cuello, y sus ollas de pintura y bolsas de pigmento en polvo estaban atadas a su rabo, pues sus astas todavía no habían brotado lo suficiente y por lo tanto no podían hacer el trabajo. Ofreció los artículos con gran respeto al Creador, cantando conforme lo hacía una pequeña plegaria de gracias". Pilámayaye, Wakán Tanka" cantó. "Pilámayaye, Wakán Tanka." El Creador de todo el cielo y la tierra midió al bebé con su gran mano. Entonces tomó un pedazo de piedra de la tierra a su lado y cortó la mullida piel de ante al tamaño. Le indicó a Tawíyela que cortara algunas tiras y le pidió que atara los costados, mientras mezclaba los pigmentos cuidadosamente en las ollas. Tomó un poco de negro del carbón de muchos fuegos, un poco de café de la tierra, un poco de blanco del saquillo del padre, añadiendo un poco de amarillo cremoso y una pizca de rojo sagrado. Entonces el Gran Pintor dio unos golpecitos con estas pinturas sobrela camisa del bebé. Cuando terminó, pidió a la madre que metiera la camisa sobre la cabeza del bebé paracubrir su dorso y sus costados. "Asegúrense de que sus hijos e hijas vistan esta camisa de ahora en adelante," dijo el Creador, "e indíquenles que se queden tranquilos en dondequiera que los pongan, sin moverse ni hacer ruido. Mientras ellos obedezcan sus instrucciones estarán seguros, puesa hora son invisibles para quienes rondan en el bosque y no tienen olor alguno que los delate ante sus enemigos." Y por eso el cervatillo viste una camisa moteada hasta que es lo bastante grande y fuerte para que los lobos no se lo puedan comer.

(Leyenda Sioux)


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03 mayo 2006

Leyenda del mar salino


Dice una antigua leyenda vikinga, que el rey Frodi, de Dinamarca, recibió en una ocasión de Hengi-kiaptr el regalo de dos piedras de molino mágicas, llamadas Grotti, que eran tan pesadas que ninguno de sus sirvientes ni sus guerreros más fuertes podían darlas vuelta.
Durante una visita a Suecia vió y compró como esclavas a las dos gigantas Menia y Fenia cuyos poderosos músculos y cuerpos habían llamado su atención. De regreso a casa ordenó a sus dos nuevas sirvientas que molieran oro, paz y prosperidad. Las mujeres trabajaron alegremente hasta que los cofres del rey rebosaban oro y la paz y la prosperidad abundaban en sus dominios. Pero el rey, en su avaricia, ni siquiera permitía a sus sirvientas descansar, por lo que éstas se vengaron moliendo una guerra, provocando la muerte del rey a manos de los vikingos.
El rey vikingo Mysinger tomó las dos piedras y las sirvientas y las embarcó en su nave, ordenando a las sirvientas que molieran sal, que era un producto muy valorado en aquel tiempo. Pero el rey vikingo se volvió tan avaricioso como el rey Frodi, no dejando descansar a las mujeres, por lo que, como castigo, tal fue la cantidad de sal que molieron que al final su peso hundió el barco. A consecuencia de esta gran cantidad de sal, el mar se volvió salino.

(leyenda vikinga)


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27 abril 2006

Cuchulainn y Emeth


Cuchulainn aún no se había enamorado jamás, a pesar de que por ser un guerrero tan famoso en el Ulster, muchas doncellas se le habían acercado en esos años tratando de enamorarlo. Los jefes y señores de los clanes le sugerían a menudo que buscara una esposa, pero ninguna de las jóvenes lograba despertar su corazón. Un día fue invitado a un banquete en la casa real, y ahí conoció a la hermosa y codiciada Emeth, hija de Forgall, señor de Lugach, y su joven y ardiente espíritu se inflamó de amor por ella, a tal punto que decidió pedirla en matrimonio en el acto.
Con ese propósito, al día siguiente se dirigió sin demoras al Castillo de Forgall, acompañado por su amigo Laeg. La bella Emeth se hallaba en las almenas de la fortaleza, departiendo y bordando con las doncellas de su comitiva, hijas de los nobles súbditos de su padre, cuando vio acercarse un carro por el camino de Math. La madre de Ehmet observó: "Uno de los hombres que se acercan parece ser el hombre más atractivo de todo Erín, pero su expresión es melancólica y triste"...
Cuando finalmente el carro se detuvo en el patio del castillo, Emeth se acercó a saludar a Cuchulainn, pero cuando éste le reveló que la razón de su presencia allí era el amor que sentía por ella, la doncella le explicó el rígido control que se padre ejercía sobre su vida. "No puedo desposarme antes que mi hermana mayor, Fiall, ésas son las reglas de la familia", dijo ella. Cuchulainn, bastante enojado, respondió: "No es a ella a quien amo, sino a vos, y volveré triunfador por tí, a reclamarte." Mientras decía esto, sus ojos descendieron de los de ella hasta su escote, el cual dejaba entrever la curva suave del pecho de Emeth. "Mía será esa llanura, la dulce y mágica llanura que conduce al valle de la doble esclavitud!" exclamó el fervoroso joven, a lo que la dama respondió " Nadie llega a esta llanura sin antes haber cumplido con sus deberes, y los tuyos aún están por comenzar a ser cumplidos...", una cauta pero no desalentadora réplica.
Cuchulainn montó en su carruaje, y se fue. Pero las palabras de Emeth había calado hondo en su mente, entonces al día siguiente comenzó a prepararse para la guerra y las hazañas heroicas que Emeth le pedía que realizara, y marchó a la aventura. Entre sus hechos famosos, figuraron la derrota de Scatagh, la diosa guerrera, y el aniquilamiento de los malévolos hijos de Nechtan, los mismos que habían asesinado a incontables hombres del Ulster. Cuchulainn obtuvo fama, gloria y un gran botín de sus hazañas, y una vez concluidas, se dirigió a buscar a Emeth, como estaba implícitamente claro entre ellos. Una vez en el castillo de Forgall, solicitó formalmente la mano de su amada, y dejó la dote correspondiente a la hermana mayor, como era la costumbre.
Y así fue conquistada Emeth, tal como ella lo había pedido, tras lo cual Cuchulainn la llevó a Emain Macha y la hizo su esposa, para no separarse jamás hasta el momento de su muerte.


(leyenda celta)


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23 abril 2006

El Guaimi-mgüe


El gran Cacique Pearé (Noche) era célebre en todas las comarcas de habla guaraní. Su hija Koembiyú (Estrella), que debió este nombre a su gran belleza, causaba admiración a quienes la veían, y su hermosura se hizo tan famosa, que desde tierras lejanas llegaban poderosos caciques dispuestos a conocerla y ofrecerle los mejores presentes.
Costosas plumas de garza blanca, pieles de los animales más raros, tejidos de plata, brazaletes de oro, piedras preciosas y mil regalos dignos de una reina depositaban a sus pies los más encumbrados jefes que deseaban hacerla su esposa.
Nada de esto logró despertar el amor de la bella Koembiyú. Ninguno de sus pretendientes consiguió ser aceptado por esposo.
Pero Pearé, en el deseo de casar a su hija y tener así quien le sucediera en el poder, decidió celebrar una gran reunión en la que Koembiyú debía elegir esposo entre sus admiradores.
Todos los pretendientes se prepararon para participar en el gran torneo que se llevaría a cabo dentro de tres lunas. El que resultara vencedor tendría el derecho de tomar como esposa a la hija del Cacique.
Difíciles pruebas se cumplirían en el torneo. Deberían presentar a la bella: el jaguar más hermoso de la selva, el pájaro de canto más armonioso y el pez de colores más brillantes, que cuidaban con gran esmero las Cuña-Payés (hechiceras).
Los peligros son enormes, pero los jóvenes guerreros los aceptan con gusto, dispuestos a conseguir la preferencia de la hermosa india.
A medida que la fecha de la fiesta se acerca, van llegando a la tribu los pretendientes, escoltados por numeroso séquito que canta las hazañas de sus jefes y transporta los más ricos regalos para la prometida.
Llega el ansiado momento de la fiesta. Es un día de primavera.
En un claro del bosque está la tribu reunida. El cacique Pearé, con sus mejores galas, preside la fiesta. Un poco alejada está Koembiyú que, más hermosa que nunca, ha adornado su cabeza con una guirnalda de blancas flores silvestres; en su cuello brillan collares de piedras de colores; sus brazos ostentan ricos brazaletes de oro y esmeraldas, y cubre su cuerpo bronceado un fino tejido de plata.
Se sirve a los concurrentes miel y chicha. El entusiasmo aumenta. La fiesta va a comenzar.
Koembiyú, recostada contra un corpulento árbol, mira a lo lejos, sin prestar atención a la fiesta que se celebra en su honor.
De pronto toma una expresión diferente. Una luz ilumina su rostro. Parece escuchar con agrado a un desconocido que le ofrece su amor y protección.
Al verlo, sonríe con dulzura y se da cuenta de que ahí está el que ha despertado su corazón. Ese joven ha de ser su esposo.
Inmediatamente comunica a su padre:
-¡Padre! ¡Padre! Que el torneo no comience. Ya ha llegado aquel que esperaba. ¡El elegido para esposo está aquí!
-¿Quién es el desconocido que pretende así robar mi más preciado tesoro? -grita airado el Cacique.
-¡Padre!, escuchad: No es un guerrero ni un rico jefe, pero ha venido de muy lejanas tierras, ha cruzado bosques y ríos y ha despertado mi cariño y conquistado mi corazón.
-¡Mostradme a ese joven! -ordena el jefe.
Y Koembiyú presenta a su padre, a un joven pobremente vestido, cubierto su cuerpo con un manto descolorido y sucio con el polvo del camino.
Su pobre figura resulta empequeñecida al lado de los otros pretendientes lujosamente ataviados y con plumas de colores brillantes en sus orgullosas cabezas.
Pearé desaprueba la elección de su hija. Echa al desconocido de su presencia y se opone a que Koembiyú lo acepte como esposo.
La pobre niña, muy triste, baja la cabeza. Por sus mejillas resbalan lágrimas de pena; pero debe obedecer a su padre...
Se da vuelta para decir adiós a su elegido, y se asombra al verlo transformado.
El desconocido se ha quitado el raído manto que lo cubría, quedando convertido en un gallardo joven de rubios cabellos y de ojos azules que le dice:
-Soy el Hijo del Sol, que enamorado de tu gracia y tu bondad, hermosa Koembiyú, vine a pedirte por esposa; pero el orgullo y la vanidad de tu padre han producido mi enojo y, en castigo, te convertirás en pájaro que al adorarme, llorará tus penas.
En ese mismo instante, la hermosa india se transformó en un pájaro.
Desde entonces, al atardecer, cuando el disco rojo del Sol se esconde en el horizonte, se oyen en la selva los lamentos quejumbrosos de una ave. Es el "guaimi-mgüe" (Hija del Sol) que en el canto traduce la pena y el dolor que causara a la bella Koembiyú la decisión de su padre guiado por la codicia y la soberbia.


(leyenda Guaraní)


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19 abril 2006

Leyenda del Clavel del Aire


Corre por todo el noroeste argentino una hermosa y triste leyenda sobre el clavel del aire, planta que vive pendiendo de los troncos o ramas de añosos algarrobos o de los pelados peñascos. Refiere la misma que durante una minga, un joven oficial español se enamoró de una indiecita conocida por Shullca, la que en ningún momento correspondió al apasionado amor de aquél. Juró entonces vengarse de la que así despreciaba su cariño, y una tarde en la que la halló sola en la sierra comenzó a perseguirla. La niña, en su desesperación, trepó a la rama más alta de un coposo algarrobo que el viento balanceaba amenazando derribarla. Pidióle el joven con buenas palabras que bajara, prometiéndole respetarla si así lo hacía. Como la niña se negara a ello, le amenazó con su puñal. Lo que no pudo la súplica, menos logró la amenaza. Y entre despechado y furioso arrojó el arma que fue a clavarse en el pecho de la infeliz. Como un pájaro cayó el cuerpo de Shullca en el vacío y tras él, el del oficial hispano. Una gota de sangre alcanzó, empero, a humedecer el tronco del árbol. Y allí nació el clavel del aire.


(leyenda Argentina)


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15 abril 2006

Manitú


"Por supuesto que puedo cazar un reno", habia afirmado Ojibwa, respondiendo a las criticas de su abuelo, que lo consideraba demasiado joven e inexperto. Sin embargo, despues de pasar tres dias solo en el bosque, la tarea ya no parecia tan sencilla.
El primer dia, Ojibwa encontro la pista de un reno y lo siguio de cerca, pero el sol se puso antes de que pudiera alcanzarlo. El segundo dia. Ojibwa sorprendio a otro reno bebiendo en un arroyo; saco su arco, se aproximo al arroyo y piso, sin darse cuenta, algunas ramas secas que crujieron ahuyentando a su presa. El tercer dia, Ojibwa localizo a una familia de renos que se refugiaba detras de unos penascos, pero cuando empezaba a acercarse escucho el gruñido de un oso y se trepo en un arbol para ponerse a salvo. Por supuesto que cuando bajo del árbol los renos habían abandonado su escondite.
La noche del tercer dia, Ojibwa se encontraba en un claro del bosque dándole vueltas a su fracaso y considerando la posibilidad de regresar al campamento, sin pena ni gloria, cuando de repente escucho un zumbido y percibió un resplandor extraño.
Después del zumbido vino una voz:
-Soy Kitchi Manitu, no temas -dijo la voz.
-¡Oh, Kitchi Manitu! Necesito tu ayuda.
-Para volver al campamento con la cola entre las piernas no necesitas la ayuda de Kitchi Manitu.
-Estoy decidido a intentarlo una vez mas, pero no se como.
-El primer dia fallaste porque te falto rapidez, el segundo día fallaste porque te falto sigilo y el tercer dia... bueno, aceptemos que el tercer dia fuiste simplemente un cobarde. Necesitas que manitu, la fuerza, crezca dentro de ti. Para eso deberas internarte en el bosque de los abedules: pasaras dos dias con sus noches sentado en la piedra mas plana que encuentres en aquel bosque. Pondras tu mirada y tu atención en los troncos de los arboles, en ninguna otra cosa. Al final del segundo dia se presentara tu animal protector y te indicara un camino.
Ojibwa siguio las instrucciones con todo cuidado; permaneció atento y quieto dos dias con sus noches. Al final del segundo dia, tal como Kitchi Manitu lo habia anunciado, llego un animal, un castor de ojos mas bien grandes. El castor se anuncio golpeando su gruesa cola contra el suelo, y en cuanto noto que Ojibwa lo habia visto se echo a correr. En ese momento Ojibwa recodo que su primera falla habia sido la falta de rapidez, de manera que empezó a correr detras del castor.
Despues de un rato, el castor paso a pocos metros de un gigantesco oso que arañaba distraidamente la corteza de un abeto. Ojibwa recordó que su tercera falla habia sido sucumbir ante el miedo, y siguio corriendo tras el castor, ignorando la presencia del oso.
Finalmente el castor entro a la zona mas tupida de la floresta y detuvo su carrera, dando paso a una marcha lenta. Ojibwa recordo que su segunda falla habia sido la falta de sigilo, y empezó a caminar tan suave y discretamente que sus mocasines no hacían ruido alguno. Asi se acercaron a un reno que masticaba yerbas y sacaba de vez en cuando la lengua.
Ojibwa apunto con su arco y se disponía a lanzar la flecha cuando el reno desapareció. No se escapo, no se movió; simplemente desapareció. En el sitio donde había estado el reno surgió un resplandor...Kitchi Manitu.
-Ya has aprendido bastante por ahora -dijo el Gran Espíritu-. No dudo que un dia, muy pronto, seas un buen cazador. Ahora regresa al campamento y dile a tu abuelo que tenia razón, que te falta mucha experiencia. Si lo haces, agregaras a todo lo que has aprendido una lección de humildad.


(leyenda Chippewa/Ojibwa)


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12 abril 2006

El bigote del tigre


Una mujer coreana llamada Yun Ok
fue un día a ver al gran sabio de su aldea, un ermitaño que
tiempo atrás se había retirado a vivir a una montaña
donde vivía con lo mínimo y en armonía con la naturaleza.
Esa misma naturaleza era la que proveía para el anciano, y de la
que obtenía también los elementos que componían las
pociones que fabricaba.

Cuando Yun Ok entró en su
casa, el ermitaño, sin levantar los ojos de la chimenea que estaba
mirando dijo:

¿Por qué viniste?

Yun Ok respondió: Estoy desesperada,
gran sabio. Sin duda necesito una de vuestras pociones.

-Maestro -insistió Yun Ok-,
si no me ayudas, estoy verdaderamente perdida.

-Bueno, ¿cuál es tu
problema? -dijo el ermitaño, resignado por fin a escucharla.

La mujer empezó a contarle
al anciano su problema. Su marido, tras volver de la guerra, había
cambiado totalmente. Pasó de ser un hombre cariñoso a alguien
frío y distante. Ya no hablaba, y las pocas veces que lo hacían,
su voz sonaba helada, dura, áspera. Apenas comía, y muchas
veces se encerraba en su cuarto tras dar un manotazo y se negaba a ver
a nadie. Había abandonado sus ocupaciones y solía pasar el
tiempo sentado en la cima de una montaña, con la mirada perdida
en el mar, negándose a pronunciar palabra. Sus ojos, antes vivos
y cómplices, eran ahora hielo o fuego rabioso. Ya no era el hombre
con quien se casó.

- La guerra... La guerra transforma
a tantos... -musitó el anciano.

- Creo que una de vuestras pociones
le haría volver a ser el hombre cariñoso que un día
fue.

- Una poción... Tan simple
como una poción... En fin, te diré que no será fácil,
y además para hacerla necesitaría el bigote de un tigre vivo.
Es su ingrediente principal. Sin bigote no hay poción.

La mujer se fue apenada porque no
sabía cómo podría conseguir el bigote, pero era muy
grande el amor que le profesaba a su marido, por lo que una noche
se decidió a buscar ese tigre. Con un bol de arroz y salsa de carne
se encaminó hacia la cueva de una montaña donde se decía
que habitaba un tigre. A cierta distancia de la cueva depositó el
bol con comida y llamó al tigre para que viniera, pero él
tigre no vino. Así pasaron días en los que la mujer cada
vez se acercaba unos pasos más a la cueva, llamando al tigre, que
empezaba a acostumbrarse a su presencia. Una de esas noches, el tigre se
acercó algo a la mujer, que tuvo que esforzarse para no salir corriendo.
Ambos quedaron a escasa distancia, mirándose, escena que se repitió
varias noches. Días después, la mujer empezó a hablar
al tigre con una voz suave, y poco tiempo después, el tigre empezó
a comer cada noche el bol de comida que ella le llevaba. Así pasaron
hasta seis meses, llegando a haber cierto vínculo entre ellos (ya
la mujer hasta le acariciaba la cabeza cuando el tigre comía). Y
llegó la noche en la que la mujer le suplicó al tigre que
no se enojara, pero que necesitaba uno de sus bigotes para poder sentir
cerca a su marido. Y se lo arrancó, y para su sorpresa, no, el tigre
no se enfureció.

La mujer fue nada más amanecer
a la cueva del ermitaño, a quien le enseñó el bigote
del tigre que había conseguido, feliz porque ya obtendría
su poción. El ermitaño tomó el bigote satisfecho y
lo arrojó al fuego. La mujer chilló sin entender nada, y
el anciano la calmó y le preguntó cómo había
conseguido el bigote.

- Yo... Fui cada noche a la cueva
del tigre, llevándole comida, hasta que me perdió el miedo
y se acercó a mí. Fui muy paciente, seguí llevando
comida aunque el tigre no la probaba, seguí acercándome cada
noche aunque a veces el tigre ni siquiera salía. A partir de una
noche, el tigre empezó a salir a recibirme y más tarde comía
cuanto le llevaba. Entonces empecé a hablarle, dejando que me conociera,
y aprendí a disfrutar también de esos momentos en los que
estábamos juntos. Y más tarde, le pedí el bigote.
Pero ahora que lo has tirado... Ahora no habrá poción y mi
marido seguirá ajeno a mí, como si no existiera!

- No te preocupes, mujer -susurró
el anciano-. Y escúchate. Lograste la confianza del tigre simplemente
estando ahí, ofreciéndote, esperando, dejando que te conociera,
hablándole y dándole el tiempo que necesitaba. Y además
aprendiste a disfrutar de vuestros encuentros. ¿No crees que un
hombre reaccionará de igual modo ante el cariño, la comprensión,
el interés, la compañía? Si pudiste ganar con cariño
y paciencia la comprensión y el amor de un animal salvaje... Sin
duda puedes hacer lo mismo con tu marido...

La mujer comprendió entonces.
Amar, confiar, tener paciencia, mostrarse, dar tiempo... Había aprendido
una valiosa lección gracias al ermitaño. Y no necesitaría
de más bigotes de tigre para sentirse cerca de aquel a quien amaba.

(leyenda coreana)



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06 abril 2006

Edipo


Fue un desventurado príncipe tébano, hijo de Layo y de Yocasta. Poco antes de que ambos se casaran el oráculo de Delfos les advirtió de que "el hijo que tuvieran llegaría a ser asesino de su padre y esposo de su madre". Layo, nada más nacer su primogénito encargó a un íntimo conocido que matase al niño, pero dicha persona, dubitativa entre la lealtad al rey y el horror que le producía la orden encomendada, perforó los pies del bebé y lo colgó con una correa de un árbol situado en el monte Citerón. Forbas, un pastor de los rebaños del rey de Corintio escuchó los horribles lamentos y lloros del bebé y lo recogió entregándoselo para su cuidado a Polibio, cuya esposa Peribea se mostró encantada con el bebé y lo acogió amorosamente en su seno, dándole por nombre Edipo, que significa "el de los pies hinchados".
El joven Edipo tenía catorce años cuando se mostró enormemente ágil en todos los juegos gimnásticos levantando la admiración de muchos oficiales del ejército que veían en él a un futuro soldado. Uno de sus compañeros de juegos, corroído por la envidia que le producían las capacidades de Edipo le echó en cara, para insultarle, que no era más que un hijo adoptivo sin honra ninguna. Ante tal hecho, Edipo, atormentado por las dudas a menudo preguntó a su madre por su procedencia, pero Peribea que veía más mal en la verdad siempre se esforzó en persuadir a Edipo de que ella era su auténtica madre. Edipo, sin embargo, no estaba contento con sus respuestas y acudió al oráculo de Delfos, quien le pronosticó aquello mismo que ya había dicho a los reyes de Tebas, aconsejándole además, que nunca volviese al lugar que le había visto nacer. Al oír esas palabras Edipo prometió no volver jamás a su tierra, Corinto, y emprendió camino hacia la Fócida. Estando en viaje se encontró a cuatro personas que viajaban en un carro, sobre el cual se hallaba un viejo que amenazó con arrogancia a Edipo si éste no se apartaba del camino. Hubo una disputa entre ambos, y, finalmente, Edipo mató con su espada al viejo anciano. Ese anciano era Layo, el padre que nunca había conocido.

La desgracia que sobre Tebas cayó con la muerte de su rey se vio acrecentada con la aparición de la Esfinge, un horrible monstruo enviado por Dionisio, o, según otras versiones, por Hera. La Esfinge tenía cabeza, cara y manos de doncella, voz de hombre, cuerpo de perro, cola de serpiente, alas de pájaro y garras de león y desde lo alto de una colina detenía a todo aquel que osase pasar junto a ella haciéndole una compleja pregunta cuya ignorancia provocaba la muerte a manos de la Esfinge. Los desgraciados eran ya miles. Creonte, hermano de Yocasta, y nuevo rey, prometió dar la mano de su hermana, y, por lo tanto, el trono de Tebas a aquel que consiguiese descifrar el enigma de la Esfinge. Dicho enigma era: "¿cuál es el animal que por la mañana tiene cuatro pies, dos al mediodía y tres a la tarde?" . Edipo que deseaba la gloria más que nada y que disponía de una sagacidad sin límites dio respuesta al misterio de la Esfinge diciendo "el hombre que en su infancia anda sobre sus manos y sus pies, en la edad viril solamente sobre sus pies y en su vejez ayudándose de un bastón como si fuera un tercer pie". La Esfinge, enormemente furiosa porque alguien hubiera desvelado el secreto, se suicidó abriéndose la cabeza contra una roca. Edipo se casó pues con Yocasta y vivieron felices durante muchos años teniendo por hijos a Etéocles, Polinice, Antígona e Irmene. Sin embargo, llegó el día en que una peste comenzó a arrasar toda la región, sin que tuviera remedio alguno, y el oráculo de Delfos informó de que tal calamidad solo desaparecería cuando el asesino de Layo fuese descubierto y echado de Tebas.

Edipo animó concienzudamente las investigaciones como buen rey que era pero éstas descubrieron lo que realmente había ocurrido: había matado a Layo, su padre y se había casado con Yocasta, su madre. Yocasta, después de este descubrimiento se suicidó y Edipo, abrumado por la gran tragedia, creyó no merecer más ver la luz del día y se sacó los ojos con su espada. Sus dos hijos le expulsaron de Tebas y Edipo se fue al Atica donde vivió de la mendicidad y como un pordiosero, durmiendo en las piedras. Con él viajaba Antígona que le facilitaba la tarea de encontrar alimento y le daba el cariño que requería. Una vez, cerca de Atenas, llegaron a Colono, santuario y bosque dedicado a las Erinias, que estaba prohibido a los profanos. Los habitantes de la zona lo identificaron e intentaron matarlo pero las hermosas palabras de Antígona pudieron salvar su vida. Edipo pasó el resto de sus días en casa de Teseo, quien le acogió misericordiosamente.


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24 marzo 2006

Mirthayú, el sueño de Matambo


Hace muchísimos años que el Cacique Tairón, vecino de los Michúes, ofrecía un sacrificio cuando de repente apareció una nube que esparcía rayos de mil colores, entre más se acercaba, era más fácil distinguir que en su seno iba una mujer muy hermosa. Tairón y su tribu cayeron de rodillas, lanzando exclamaciones y gritos de alegría, pues creyeron que llegaba a ellos el dios a quien le estaban ofreciendo un sacrificio. La dicha aumentó cuando la deslumbrante dama le entregó a Tairón y a su tribu una tierna niña y las instrucciones precisas para criarla y forjar su futuro. Los Taironas dedicaron toda su atención y esmero a la crianza de esta hermosa criatura y por nombre le pusieron Mirthayú, y la eligieron como su única reina.
Mirthayú se convirtió en la adoración de los Michúes por su belleza, personalidad y el amor que manifestaba hacia su tribu. Pero cierto día llegó un gigante llamado Matambo, que se encargó de sembrar el terror en la tribu de los Taironas, quienes recurrieron presurosos a su reina y le suplicaron que interviniera ante el inminente peligro.
Mirthayú se enfrento al gigante y éste al verla quedo hipnotizado por su belleza. Entonces, inclinó reverente su cabeza ante la reina y le pidió disculpas por el atropello que estaba cometiendo contra los suyos. Así todo volvió a quedar en paz armonía.

Entre Mirthayú y Matambo nació una amistad que después se convirtió en amor. Juntos resolvieron viajar al macizo colombiano, guiados por el hilo brillante formado por las aguas del rió Guacacalló, hasta llegar a su nacimiento. Al regresar, el gigante tuvo que enfrentarse la tribu de los valientes Michúes, quienes se opusieron a que Matambo cruzara por sus predios.

Para evitar que algo le pasara a su amada, Matambo al le pidió que se alejara hacia los cerros del oriente para que desde allá se observara su triunfo o su derrota. Sin embargo, desde lejos, Mirthayú vio como miles de Michúes atacaban a su amado. La pelea terminó cuando el gigante cayó estruendosamente al suelo,. Mirthayú desesperada intentó prestarle ayuda y le pidió apoyo a su jefe Tairón, pero todo fue en vano. La reina recurrió a los hechiceros para que le devolvieran la vida a su amado, pero ellos nada pudieron hacer. Recorrió los senderos en busca de auxilio y arrancó su rubia cabellera, el viento se la arrebató de las manos y la esparció por la zona cercana dando origen a los farallones y altares que hoy se observan al llegar al municipio de Gigante, en el Huila.

Mirthayú desfalleciente y de rodillas pidió protección a Tairón y a sus dioses, y cuando menos lo esperaba se aproximó una nube de colores de la que descendió su madre. Ésta la tomó entre sus brazos, enjugó sus lágrimas y la acompañó en su llanto. Pero Mirthayú se desplomó sobre el suelo y murió. Torturada por los efectos del verdadero amor, prefirió el dolor de la muerte por la pérdida de Matambo.

La reina pronto entregó su alma al creador del universo. La cabeza de Mithayú quedó hacia el oriente, los pies sobre el río Guacacallo, la mirada prolongada al infinito y los senos desnudos y desafiantes, como dos pirámides enfrentadas al sol. Hoy, después de muchos años, Mirthayú y Matambo están convertidos en dos enormes rocas encantadas, visibles desde la carretera central del Huila. Ella con sus atractivos "senos de reina" y él con la perfección de su perfil, ambos mirando hacia el cielo.


(leyenda Colombiana)

(no estoy segura que sea esa la imagen)


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17 marzo 2006

La leyenda de Calafate

En lo que ahora es Magallanes y mucho tiempo antes de que aquellas tierras fueran colonizadas, vivían allí dos grupos de aborígenes: los tehuelches y los onas. Al parecer, y de acuerdo con lo que dice la leyenda, los onas eran muy mirados en menos por los tehuelches, y si así no hubiera sido, nada hubiese sucedido.

Resulta que el jefe del aikén tehuelche tenía una hija bellísima, la cual era su orgullo y alegría. Esta jovencita llamábase Calafate y tenía unos maravillosos ojos dorados. Para mal de sus pecados sintiéndose en todo superiores a los onas, era costumbre tehuelche que, al cumplir la mayoría de edad, algún joven ona fuese consagrado por el brujo del pueblo.

El joven ona que llegó al aiken para serlo resultó ser tan guapo y tan garrido que Calafate, con solo verlo, se enamoró locamente de el y él de ella. Este gran amor echó raíces en ambos: decidieron huir, sabiendo que sus dos tribus no aceptarían su unión. En un lugar lejano ambos levantaron su choza: pero alguien supo de los planes y sin perder un segundo le comunicó al jefe y padre de Calafate.

De acuerdo con su tradición, la vida del joven ona era sagrada en las presentes circunstancias; por lo tanto el jefe intentó convencer por otros medios a Calafate de apartarse del ona y olvidar a su bien amado. ¡Todo fue en vano! ¿Cómo su hija, siempre siempre dócil y respetuosa de su padre y de las leyes de su tribu, ahora se mostraba tan rebelde e indómita?

Convencido de que aquéllo era obra del Gualiche, la deidad maligna, hizo venir a la bruja de su tribu y le ordenó que impidiera la huida de los enamorados, hechizando a Calafate, pero que sus maravillosos ojos dorados siguieran mirando su aikén, fuese cual fuese el hechizo.

Ni corta ni perezoza, la bruja la transformó en un arbusto que, cada primavera, se cubre de flores doradas, las que parecían contemplar el paraje donde conoció a su amado. El joven ona la buscó en vano por toda la región, hasta morir de pena.

La bruja, al darse cuenta del daño que había causado, hizo que esas flores, al caer, se convirtieran en un dulce fruto de color púrpura. Y ese fruto es el corazón de la hermosa tehuelche.

(Leyenda Tehuelche, Chile)

Fuente: Leyendas de siempre, Bibliográfica internacional


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12 marzo 2006

El Sol Rojo


Entre los indios mocoretaes había uno, joven, aguerrido y valiente llamado Igtá (hábil nadador) que amaba a la más buena y hermosa de las mujeres de su tribu, Picazú (paloma torcaz), y quería casarse con ella.
Los padres de Picazú consintieron en que se realizase tal boda; pero siendo necesario para ello la aprobación de la Luna, llamaron al Tuyá (adivino) de la tribu para que la consultara.
Era una noche plácida y serena. La luz blanca, clara, brillante y hermosa de la Luna iluminaba los campos y las tolderías de los indios. Y el Tuyá interpretó:
-Esa luz que nos envía la Luna significa que ella aprueba satisfecha la boda de Igtá y Picazú.
Entonces, el Jefe de la tribu ordenó a Igtá demostrase a todos que en verdad era digno y merecedor de tomar compañera. Para ello debía arrojarse a las aguas de la laguna y nadar durante largo rato. Después, ir en busca de un gran número de presas de caza.
Igtá, que era excelente nadador y había cazado mucho desde su niñez, realizó las pruebas con el mayor éxito, pues nadó cuanto se lo pidió y trajo entre sus brazos abundante caza.
Las ceremonias de la boda realizáronse una noche, después de tres lunas. Se encendió una gran hoguera, a cuyo alrededor todos los indios comían, bebían, bailaban y gritaban, festejando tan grande acontecimiento.
Pero algo faltaba para que Igtá y Picazú fueran felices: tener la seguridad de que Tupá, su dios bueno, había aprobado también la boda. Y esperaron.
¡Cuál no sería su pena y desconsuelo, cuando llegada la noche siguiente comenzó a caer una copiosa lluvia! Eran las lágrimas de Tupá las que caían sobre la tribu para significar el descontento y desaprobación del dios por haberse realizado la unión de los jóvenes indios.
Igtá y Picazú no podían, pues, continuar unidos perteneciendo a la tribu. Debían huir y arrojarse a las aguas de la laguna. Allí había una isla donde moraban todos los que se habían casado contrariando la voluntad de Tupá. Los dos debían ir a esa isla para no volver jamás.
Al día siguiente cesó la lluvia. Y por la tarde, a la hora en que el sol iba a ocultarse en el ocaso, Igtá y Picazú se arrojaron al agua y comenzaron a nadar.
Los indios de su tribu, reunidos a orillas de la laguna, viéndolos alejarse lentamente, los injuriaban y maldecían para aplacar el enojo de Tupá y evitar sus castigos, pues ésta era su creencia.
Igtá, hábil nadador, consiguió nadar buen trecho, ayudando también a su infortunada compañera. Poco faltaba a Igtá y Picazú para llegar a la isla sanos y salvos, cuando una nueva desgracia cayó sobre ellos: Ñuatí (Espina), un guerrero malvado de la tribu, les arrojó una flecha. Todos los indios lo imitaron, y entonces fue una lluvia de flechas la que llegó hasta Picazú e Igtá, quienes, heridos quizás por ellas, desaparecieron de la superficie de las aguas.
En ese preciso instante el sol, que se hundía en el horizonte, tomó un intenso color rojo; y su luz tiñó la laguna e iluminó de rojo los campos y el cielo.
Esto llenó de asombro a los indios, los que, atemorizados, huyeron velozmente, alejándose de la laguna.
Mientras tanto Igtá y Picazú, ayudados sin duda por Tupá porque eran buenos, lograban salvarse y llegar a la isla, donde podrían al fin vivir gran amor.


(leyenda guaraní)


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09 marzo 2006

Nut y Geb (leyenda egipcia)

Nut era la diosa Egipcia del cielo. Ella era representada como una mujer gigante desnuda, que sostenía al cielo con su espalda. Su cuerpo era azul y cubierto con estrellas. Los documentos antiguos describen como cada noche el Sol entraba por la boca de Nut y pasando por su cuerpo nacía cada mañana de su matriz. De acuerdo a una leyenda Egipcia, Nut se casó con su hermano, el dios de la Tierra Geb, sin permiso de Re el poderoso dios del Sol. Re estaba tan enojado con Nut y Geb que forzó al padre de ellos, Shu, el dios del aire, a separarlos. Es por esto que la Tierra está separada del cielo. Más aún, Re prohibió que Nut pudiera tener hijos en cualquier mes del año. Pero, afortunadamente, Thoth, el escribano divino, decidió ayudarla. Hizo que la Luna se decidiera a jugar un juego de sorteo donde el premio era la luz de la Luna. Thoth ganó tanta luz que la Luna tuvo que agregar cinco días más al calendario oficial. Por esto, Nut y Geb pudieron tener finalmente cuatro hijos: Osiris, Seth, Isis, Nephthys.


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07 marzo 2006

Leyenda de Cerro Largo


La muchacha nunca había visto algo así. El cuerpo de aquel hombre cubierto de metal reflejaba destellos hirientes del Sol que nacía más allá de la Laguna Pequeña, del Sol que aparecía cada día sobre el misterioso confín del mar. Se aproximó con curiosidad y le sonrió. El extranjero - joven, alto, de intensa palidez- le devolvió la sonrisa. Quizás venía de las lejanas montañas del Oeste, donde se extrae metal resplandeciente desde la entraña de la tierra y eso explicaría el brillo de su atuendo luminoso; pero no lucía el poncho multicolor de los collas ni tenía sus rasgos físicos. Entonces la muchacha se puso en guardia. Pensó por un momento que quizás aquel joven fuera de los nuevos invasores de los que se hablaba con preocupación; pero se tranquilizó porque, se dijo, un invasor puede mirar con codicia o deseo, pero no sonreír de esa forma. Ella le ofreció frutos y harina de pescado y él le acarició la mejilla con una mano tan pálida como su rostro. Ella le dejó hacer, entre sorprendida y complacida. Después volvió corriendo a la aldea, pero no dijo nada. Debía hacerlo, pero no contó nada.Al día siguiente él todavía estaba allí. Había construido un pequeño refugio, las piezas de metal de su vestidura descansaban junto al fuego.Ella lo invitó a la aldea, pero él dio señales de no comprender sus palabras. Repitió la invitación en guaraní, que es la lengua más universal, y entonces él pareció comprender y se negó sonriendo.Comieron juntos y ella volvió a alejarse. Esa noche la muchacha preguntó a los ancianos cómo eran los invasores que venían del otro lado del mar. Le explicaron que la piel era muy pálida, y que tenían en el rostro un espeso vello que les cubría la boca y el mentón. Esto último la tranquilizó: su amigo desconocido era pálido, pero tenía un rostro sin vellos. El quinto día de sus encuentros secretos él la tomó entre sus brazos y la besó en los labios. Ella había entrecerrado sus ojos y después del beso los abrió con una intensa expresión de felicidad. Pero - todavía muy próxima al rostro del hombre- observó con horror que cerca de los labios y en el mentón del fascinante extranjero se podía advertir el nuevo brote de un vello espeso y negruzco que seguramente el joven había quitado antes de su primer encuentro con ella. "¡Los invasores!" pensó, mientras se apartaba bruscamente. De pronto, el joven dejó colgar sus brazos junto al cuerpo. Miraba al cielo y se tambaleaba, alcanzado en el corazón por una flecha. La muchacha sintió un crujir de ramas a su espalda, se volvió y se encontró con el viejo cacique que ya levantaba su maza de piedra para matarla. Cuando ella cayó al suelo, mortalmente herida, la tierra se estremeció y bramó de dolor. La felicidad, tan reciente, no tuvo tiempo de alejarse del horror recién nacido. El cuerpo que ya moría no soportó el choque de sentimientos tan intensos y se rasgó hasta las entrañas con un ruido horrísono de trueno. El cielo se oscureció y temblaron el palmar y el monte nativo, mientras los pájaros alzaban vuelo bruscamente gritando asustados. Temblando, estremeciéndose, la tierra se tragó a la muchacha. Relámpagos ininterrumpidos daban al ocaso una claridad espectral mientras una cortina de lluvia hacía invisible el horizonte. Cuentan que al amanecer la tierra se había elevado en suaves colinas que daban forma a un inmenso cuerpo de mujer yacente.
Dicen que así nació el Cerro Largo.

Fuente: Leyendas, mitos y tradiciones de la Banda Oriental
(leyenda Uruguaya)


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03 marzo 2006

El cofre de Pandora (leyenda griega)


A pesar de haberse vengado de Prometeo de una manera muy cruel, Zeus aún le guardaba odio por haberle enseñado a los humanos el secreto del fuego. También estaba preocupado porque si los seres humanos se hacían más poderosos, podían quitarle su trono en el Olimpo, por lo que ideó un plan: en parte para vengarse aún más de Prometeo y en parte para resguardar su posición.

Por voluntad de Zeus, su hija Nefesto modeló a una muchacha con una mezcla de arcilla y agua. Atenea le infundió el soplo de la vida y la instruyó en las artes femeninas de la costura y la cocina; Hermes, el dios alado, le enseñó la astucia y el engaño, y Afrodita le mostró como conseguir que todos los hombres la desearan. Otras diosas la vistieron de plata y le ciñeron la cabeza con una guirnalda de flores, luego la llevaron a la presencia de Zeus.

-Toma este cofrecito-le dijo, entregándole una cajita de cobre bruñido-. Es tuyo, llévalo siempre contigo, pero no lo abras por nada del mundo. No me preguntes la razón y sé feliz, pues los dioses te han dado todo lo que las mujeres desean.

Pandora, que así se llamaba la muchacha, sonrió. Pensaba que el cofrecito estaba lleno de piedras preciosas.

-Ahora tenemos que encontrarte un marido que te ame, y yo conozco al hombre adecuado. Epimeteo. El te hará feliz.

Epimeteo era hermano de Prometeo, pero le faltaba toda la prudencia de su hermano. Prometeo le había advertido a su hermano que no aceptara ningún regalo de Zeus, pero él, un poco halagado y quizás temeroso de rechazarle, aceptó a Pandora como esposa. Hermes acompañó a la muchacha a la casa del flamante marido en el mundo de los hombres.

-Bueno, amigo Epimeteo-le dijo-. No olvides que Pandora tiene un estuche que no debe abrir por ningún concepto.

Epimeteo tomó el estuche y lo colocó en sitio seguro. Al principio, Pandora fue feliz viviendo con él y olvidó el estuche, pero más tarde empezó a reconcomerla el gusanillo de la curiosidad. "¿Por qué no podemos ver al menos que contiene"? se preguntaba.

Luego, mientras Epimeteo dormida, abrió el cofrecito, y rápidos como el viento, salieron todos los males que desde entonces nos afligen: el cansancio, la pobreza, la vejez, la enfermedad, los celos, el vicio, las pasiones, la suspicacia... Desesperada, Pandora intentó cerrar el cofrecito, pero ya era demasiado tarde. La venganza de Zeus se había realizado: la raza humana no podía ser tan noble como había querido Prometeo. La vida sería una lucha constante contra dificultades de todo género. Había pocas probabilidades de que el hombre pudiera aspirar al trono de Zeus.

Pero el triunfo del rey sobre los dioses no era completo. Una cosita de nada había quedado en el fondo del estuche y Pandora consiguió encerrarla. Era la esperanza. Con ella el género humano había encontrado la manera de sobrevivir en este mundo hostil. La esperanza daba una razón para seguir viviendo.

fuente: Mounstros, dioses y hombres de la Mitología griega, por Michael Gibson.


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01 marzo 2006

El Coquena


En Salta, Argentina, los ganados están bien protegidos. Un duendecillo de cara de cholo y gran sombrero de pelo vigila a los animales y les salva de las maldades humanas. Coquena observa oculto la labor de los pastores, y es él el que tiende las trampas a aquellos que golpean o matan a las vicuñas o llamas, es Coquena quien desilza serpientes en las casas de los crueles o libera a las bestias que no son merecidas por sus amos.

Pocos han visto al duende, pero todos le respetan. Nadie mata el ganado para beneficiarse temiendo su castigo. Y aun hoy, en las aldeas de Salta, cuando aparece algún forastero a pasar algún día, los pastores se golpean con el codo suavemente y señalando con la cabeza murmura: "es Coquena".



Esta leyenda es un aporte de nuestro amigo Kanaima


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25 febrero 2006

El santo del ojo (leyenda hindú)

Vivía hace mucho tiempo un jerarca del bosque que pasaba todos sus días cazando, de modo que en los bosques resonaban los ladridos de los perros y los gritos de los sirvientes. Era un adorador de Subrahmanian, la deidad montaña del Sur, y sus ofendas eran bebida fuerte, pavos y pavos reales, aconipañados con danzas salvajes y grandes banquetes. Tenía un hijo, de nombre Robusto, a quien siempre llevaba con él en sus expediciones de caza, dándole la educación, así decían ellos, de un joven cachorro de tigre. Llegó el momento en que el jerarca se volvió débil, y pasó su autoridad a Robusto.

Él también pasaba sus días cazando. Un día un gran verraco se escapó de las redes en que había sido cogido y se largó. Robusto le persiguió con dos sirvientes. una larga y cansadora persecución, hasta que al final el verraco cayó de agotamiento y Robusto lo cortó en dos. Cuando la comitiva llegó propusieron asar el verraco y tomar un descanso, pero allí no había agua; entonces Robusto cargó el verraco sobre sus espaldas y se fueron muy lejos. Entonces vieron la colina sagrada de Kalaharti; uno de los sirvientes señaló su cumbre, donde había una imagen del dios con mechones enmarañados. «Vayamos allí a rezar», dijo. Robusto alzó otra vez al verraco y fueron más y más lejos. Pero al caminar, el verraco se volvía más y más liviano, maravillando cada vez más a su corazón. Dejó el verraco y corrió a buscar el significado del milagro.

No pasó mucho tiempo hasta que llegó a una columna de piedra, la parte superior de la cual tenía la forma de la cabeza del dios; inmediatamente ella habló a su alma, preparada por alguna bondad o austeridad de algún nacimiento anterior, de modo que toda su naturaleza cambió y no pensó en nada sino en el amor al dios que ahora veía por primera vez; besó la imagen, como una madre abrazando a un hijo perdido hace tiempo. Vio el agua que había sido vaciada recientemente sobre ella, y la cabeza se pobló de hojas; uno de sus seguidores, que venía justo detrás, dijo que esto debió haber sido hecho por un viejo brahmán devoto que había vivido cerca en los días del padre de Robusto.

Entonces vino al corazón de Robusto que él mismo debía tal vez prestar algún servicio al dios. Él no quería dejar la imagen sola, pero no tenía alternativa, y volviendo de prisa al campamento eligió algunas partes tiernas de la carne asada, las probó para ver si estaban buenas y, poniéndolas en una bandeja de hojas y cogiendo un poco de agua del río en su boca, corrió de vuelta a la imagen, dejando a sus asombrados seguidores sin palabras, dado que naturalmente ellos pensaron que se había vuelto loco. Cuando llegó a la imagen salpicó agua de su boca, hizo una ofrenda de la carne de verraco y dejó junto a ella flores salvajes de su propio cabello, rogando al dios que recibiera sus obsequios. Entonces el Sol cayó, y Robusto permaneció junto a la imagen de guardia con su arco encordado y su flecha afilada. Al amanecer fue a cazar para tener más ofrendas para poner frente al dios.

Mientras tanto el brahmán devoto que había servido al dios tantos años vino a hacer sus acostumbrados servicios matinales; trajo agua pura en vasijas sagradas, flores frescas y hojas, y recitó rezos sagrados. ¡Cómo se horrorizó al ver que la imagen había sido profanada con carne y agua sucia! Rodó de pena ante la columna (el monolito), preguntando al Gran Dios por qué había permitido la profanación de este santuario, dado que las ofrendas aceptables para Shiva son agua pura y flores frescas; se dice que hay mayor mérito en dejar una sola flor ante un dios que en ofrecer mucho oro. Para este sacerdote brahmán la muerte de las criaturas era un crimen repugnante comer carne, una inmensa abominación; tocar la boca de un hombre, una violación, y él observaba a los bárbaros cazadores como criaturas de orden inferior. Reflexionaba, sin embargo, que no debía tardar en llevar adelante su propio acostumbrado servicio; por ello limpió a la imagen cuidadosamente e hizo sus rezos corno era su costumbre de acuerdo con el rito Veda, cantó el himno convenido, circunvaló el santuario y volvió a su morada.

Durante algunos días tuvo lugar esta alternancia de los servicios a la imagen: el brahmán ofreciendo agua pura y flores en la mañana, y el cazador trayendo carne por la noche. Mientras tanto, llegó el padre de Robusto, pensando que su hijo estaba poseído, y se esforzó por hacer razonar al joven convertido; pero fue en vano, y no pudieron sino regresar a su pueblo y dejarle solo.

El brahmán no podía soportar este estado de cosas por mucho tiempo; apasionadamente llamó a Shiva para proteger su imagen de esta diaria profanación. Una noche el dios se apareció ante él diciendo: «Eso por lo que protestas es aceptable y bienvenido por mí. El que ofrece carne y agua de su boca es un cazador ignorante de los bosques que no sabe nada de tradiciones sagradas. Pero no lo observes a él, observa solamente su motivo; su rudo cuerpo está lleno de amor a mí, esa niisma ignorancia es su conocimiento de mí. Sus ofrendas, abominables a tus ojos, son puro amor. Pero tú debes observar mañana la prueba de su devoción.»

Al día siguiente Shiva mismo ocultó al brahmán detrás del santuario; entonces, para revelar toda la devoción de Robusto, hizo que pareciera que fluía sangre de uno de los ojos de su propia imagen. Entonces cuando Robusto trajo sus acostumbradas ofrendas, inmediatamente vio su sangre y gritó: «Oh mi señor, ¿quién te ha herido? ¿Quién ha hecho este sacrilegio cuando yo no estaba aquí para cuidarte?» Entonces buscó en todo el bosque para encontrar al enemigo; no encontrando a nadie, se puso a curar la herida con hierbas medicinales, pero fue en vano. Entonces recordó la máxima de los médicos, que lo mismo cura a lo mismo, e inmediatamente cogió una afilada flecha y quitó su propio ojo derecho y lo aplicó a la imagen del dios, y ¡mira! la sangre paró al instante. Pero, ¡ay de mí!, el segundo ojo comenzó a sangrar. Por un momento Robusto se sintió abatido e impotente; entonces tuvo la inspiración de que todavía tenía un medio de curarlo, y probó su eficacia. Cogió la flecha y se quitó el otro ojo, poniendo su pie contra el ojo de la imagen, para poder encontrarla cuando ya no viera.

Pero el propósito de Shiva estaba cumplido; adelantó una mano de la columna y paró la mano del cazador, diciéndole: «Es suficiente; desde ahota tu sitio estará siempre a mi lado en Kailas.» Entonces el sacerdote brahmán también vio que el amor es mayor que la pureza ceremonial, y Robusto ha sido amado para siempre como el «Santo del Ojo».


Foto: representación del dios Shiva.
Fuente: Mitos y leyendas hindúes, de SISTER NIVEDITA y ANANDA K. COOMARASWAMY


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