26 enero 2006

Kamshout y el otoño




Hubo un tiempo en que las hojas del bosque eran siempre verdes. En ese entonces el joven sélknam Kamshout partió en un largo viaje para cumplir con los ritos de iniciación de los klóketens.
El joven iniciado tardó tanto en volver que el resto del grupo lo dio por muerto. Cuando nadie lo esperaba, Kamshout volvió completamente alterado y empezó a relatar su sorprendente incursión en un país de maravillas, más allá en el lejano norte.
En ese país los bosques eran interminables y los árboles perdían sus hojas en otoño hasta parecer completamente muertos. Sin embargo, con los primeros calores de la primavera las hojas verdes volvían a salir y los árboles volvían a revivir. Nadie creyó la historia y la gente se rió de Kamshout quien, completamente enojado, se marchó al bosque y volvió a desaparecer.
Luego de una corta incursión por el bosque, Kamshout reapareció convertido en un gran loro, con plumas verdes en su espalda y rojas en su pecho. Era otoño y Kamshout -a partir de entonces llamado Kerrhprrh por el ruido que emitía- volando de árbol en árbol fue tiñiendo todas las hojas con sus plumas rojas.
Así coloreadas, las hojas empezaron a caer y todo el mundo temió la muerte de los árboles.
Esta vez la risa fue de Kamshout.
En la primavera las hojas volvieron a lucir su verdor, demostrando la veracidad de la aventura vivida por Kamshout. Desde entonces los loros se reunen en las ramas de los árboles para reirse de los seres humanos y así vengar a Kamshout, su antepasado mítico.

(leyenda Sélknam)


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22 enero 2006

Los cuatro dragones


Hace mucho tiempo, cuando no había ríos ni lagos en la Tierra sino solamente el mar del Este, habitaban en él cuatro dragones: el Gran Dragón, el Dragón Amarillo, el Dragón Negro y el Dragón Perlado.
Un día, los cuatro dragones volaron desde el mar hacia el cielo, en donde comenzaron a jugar con las nubes. De pronto uno de los dragones dijo a los demás “¡Vengan rápido a ver esto, por favor!” "¿Qué sucede?” preguntaron al unísono los otros tres, mirando hacia donde apuntaba el Dragón Perlado. Abajo, en la Tierra, se veía una multitud ofrendando panes y frutas y quemando incienso. Entre el gentío se destacaba una anciana de cabellos blancos, arrodillada en el suelo con un niño pequeño atado a su espalda. Ella rezaba: “Dios de los Cielos, por favor, envíanos pronto la lluvia para que tengamos arroz para nuestros niños”.
Y es que no había llovido por largo tiempo. Los cultivos se secaban, la hierba estaba amarilla y la tierra se resquebrajaba bajo el sol ardiente. "¡Cuán pobre es esta gente!” dijo el Dragón Amarillo, “y morirán si no llueve pronto”.El Gran Dragón asintió. Entonces propuso "Vayamos a rogarle al Emperador de Jade para que haga llover”.Dicho lo cual dio un salto y desapareció entre las nubes. Los demás lo siguieron de cerca y todos volaron hacia el Palacio del Cielo.
El Emperador de Jade era muy poderoso, pues estaba a cargo de los asuntos del cielo y de la tierra. Al emperador no le agradó ver a los dragones llegar a toda velocidad. "¿Qué hacen aquí? ¿Por qué no se comportan como es debido y se quedan en el mar? El Gran Dragón se adelantó y dijo: “Los cultivos de la Tierra se secan y mueren, su majestad. Le ruego que envíe pronto la lluvia”. “Muy bien. Primero vuelvan al mar y mañana enviaré la lluvia”, dijo el emperador. Los cuatro dragones le agradecieron y regresaron muy alegres.
Pero pasaron diez días y ni una sola gota de agua cayó del cielo. La gente sufría más, algunos comían raíces, algunos comían arcilla, cuando ya no hubo más raíces. Viendo esto, los dragones se pusieron muy tristes, pues sabían que el Emperador de Jade sólo se preocupaba por su propio placer y nunca se tomaba a la gente en serio. Sólo ellos cuatro podían ayudar a la gente, pero ¿cómo hacerlo? Mirando hacia el vasto océano, el Gran Dragón dijo tener la solución. "¿De qué se trata? ¡Habla ya!” dijeron los otros tres."Miren. ¿No hay muchísima agua en el mar en donde vivimos? Podríamos tomarla y arrojarla hacia el cielo, entonces caería como si fuera lluvia y se salvarían la gente y sus cultivos” dijo el Gran Dragón. “¡Buena idea!” dijeron los demás aplaudiendo.“Pero”, advirtió el Gran Dragón, “si el emperador se entera nos castigará”."Haría cualquier cosa con tal de ayudar a la gente” dijo el Dragón Amarillo. "Entonces comencemos. De seguro no nos arrepentiremos” dijo el Gran Dragón. El Dragón Negro y el Perlado no se quedaron atrás y volaron hacia el mar para llenar sus bocas de agua, que luego soltaron sobre la Tierra.
Los cuatro dragones iban y venían y el cielo se oscureció de tanta actividad. No pasó mucho rato hasta que el agua del mar estaba derramándose en forma de lluvia sobre toda la Tierra."¡Llueve, llueve! ¡Los cultivos se salvarán!” toda la gente saltaba y gritaba de alegría. Las espigas de trigo y el sorgo se enderezaron.
El Dios del Mar descubrió lo que estaba sucediendo e informó al emperador. "¿Cómo se atreven los cuatro dragones a dar lluvia sin mi permiso?” El Emperador de Jade estaba furioso y ordenó a las tropas del cielo que apresaran a los dragones. Los dragones, en evidente inferioridad numérica, no pudieron defenderse y pronto fueron arrestados y llevados al Palacio del Cielo."Ve y pon cuatro montañas sobre los cuatro dragones, para que nunca más puedan escapar” ordenó el emperador al Dios de las Montañas. Este uso su magia para que cuatro grandes montañas aparecieran volando y cayeran sobre los cuatro dragones.
Aún así, los dragones nunca se arrepintieron de sus actos. Decididos a ayudar a la gente por toda la eternidad, se convirtieron en cuatro ríos, que corrieron atravesando las montañas y los valles, cruzando el territorio de oeste a este para llegar finalmente a su hogar, el mar. Y así se formaron los cuatro grandes ríos de China: el Heilongjian (Dragón Negro) en el norte, el Huanghe (Río Amarillo) en el centro, el Changjiang (Yangtze, o Gran Río) en el sur y el Zhujiang (Perlado) mucho más al sur.

(leyenda Zheijan, China)


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21 enero 2006

La tijereta (leyenda guaraní)


Sucedió hace muchísimos años. Tupá había decidido que las almas de los que morían y que debían llegar al cielo, lo hicieran volando con unas alitas que Él enviaba a la tierra por medio de sus emisarios. Claro que para los mortales esas alitas eran invisibles. Una vez que el alma llegaba al ibaga, Tupá destinaba esa alma a un ave que Él creaba con tal objeto, de acuerdo a las características que hubiera tenido en vida la persona a quien pertenecía.

En un pueblito guaraní vivía Eíra con su madre. Ésta, que había quedado imposibilitada, dependía para todo de su hija, que a su vez se dedicaba a atenderla y cuidarla, ganándose la vida con su trabajo. Eíra era costurera, y para tener a mano la yetapá que tantas veces necesitaba, la llevaba colgada a la cintura, sobre su blanco delantal, por medio de un cordón oscuro.

Muy trabajadora y diligente, a Eíra nunca le faltaban vestidos para confeccionar, de manera que era muy común verla con tela y tijera, cortando nuevos trabajos. Se hubiera dicho que la tijera formaba parte de ella misma. Por la mañana, al levantarse y luego de haberse vestido, lo primero que hacía era atarla a su cintura teniéndola pronta para usarla en cualquier momento.

Viejecita y enferma como estaba, y a pesar de los cuidados que le prodigara, la madre de la laboriosa Eíra murió una noche de invierno, cuando el frío era muy intenso y el viento soplaba con fuerza. Grande fue la pena de esta hija buena, dedicada siempre y únicamente a su madre y a su trabajo. Desde ese momento quedó sólo con su tarea, a la que se entregó con más ahínco que nunca tratando de distraerse, porque su pena era muy intensa y la desgracia sufrida la había abatido de tal forma que perdió el deseo de vivir.

La tijera así suspendida acompañaba el ritmo de su paso y brillaba el reflejo de la luz, cuando la costurera se movía de un lugar a otro. No mucho tiempo después de la muerte de su madre, la dulce y sufrida costurera enfermó de tristeza y de dolor, tan gravemente que no fue posible salvarla. Eíra había sido siempre buena, excelente hija y laboriosa y diligente en sus tareas, por lo que Tupá llevó su anga al cielo. Allí creó para albergarla un pájaro de plumaje negro, con la garganta, el pecho y el vientre blancos. Omitió los matices alegres y brillantes considerando que su vida había sido humilde, opaca y oscura, aunque llena de bondad y sacrificio.

Cuando Tupá hubo terminado su obra, Eíra se miró y miró a Tupá como intentando pedirle algo. El Dios bueno, que conoció su intención, dijo para animarla: -¿Qué deseas, Eíra? ¿Qué quieres pedirme? Conociendo la amplia bondad de Tupá, comenzó humilde y avergonzada a pedir... ¡ella que jamás había pedido nada! -Tupá... Dios bueno que complaces a los que te aman y respetan... yo desearía... -¿Qué es lo que quisieras, Eíra? -Tú sabes que durante toda mi vida sólo al trabajo me dediqué y quisiera tener un recuerdo de lo que me ayudó a vivir...
-Dime, entonces... ¿qué es lo que deseas? -Yo desearía tener una tijerita que me recordara la que tanto usé en mi vida en la tierra y que contribuyó a que sostuviera a mi madre... Encontró Tupá muy de su agrado el pedido de la muchacha, por la intención que lo inspiraba, y tomando las plumas laterales de la cola las estiró hasta dar a la misma la apariencia de una yetapá, como lo deseara la costurera, otorgándole, además, la propiedad de abrirla y cerrarla a su voluntad, tal como hiciera durante tanto tiempo con la de metal con que cortara las telas. Por la semejanza, precisamente, que tiene la cola de esta ave con la tijera, la llamamos tijereta.

Fuente: redparaguaya.com
Esta es nuestra leyenda número 50 en leyendas paganas!
ojalá sean muchas más =)


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19 enero 2006

Los cardones


Cuenta la leyenda que los cardones que hay en los valles, en especialen el camino a Amaicha del Valle, son indios, que convertidos en plantas, aún vigilan los valles y los cerros. Ellos velan por la felicidad de sus habitantes que, de esta manera, nunca más serán perturbados por extraños en conquista de tierras.
Pero más trágico es saber cómo se convirtieron en plantas. Se cuentaque en épocas de la conquista, el Inca, al ver que los españoles estaban dominando y martirizando a su pueblo, envió emisarios a los 4 puntos del imperio para organizar las tropas y así dar un golpe mortal al invasor. Para ello, los guerreros se apostaron en puntos claves por donde pasarían los conquistadores, esperando la orden de atacarlos por sorpresa, pero esta orden nunca llegó pues los chasquis enviados fueron capturados en el camino y el Inca fue capturado, torturado y muerto. Los valientes indios esperaron y esperaron y vieron, desorbitados, pasar las tropas europeas sin recibir la orden de atacar.... pasó el tiempo y desolados, quedaron en sus puestos....la Pachamama, piadosa, los fue adormeciendo y haciéndolos parte de ella.... así comenzaron a unirse sus pies a la greda y la Madre Tierra los cubrió de espinas para evitar que los dañaran en su sueño...
Se dice que aún hoy estos estoicos vigías esperan la orden que nunca llegará...

(leyenda Inca)


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Las tres Pascualas


Las tres pascualas vivían en la naciente ciudad de Concepción, allá por el siglo XIX. Las tres eran hermanas. Ellas, siendo jóvenes, lindas y lavanderas, solían ir diariamente a lavar la ropa en una laguna cercana. Allí, entre lavado y lavado, cantaban canciones de amor. Y al caer la tarde, le pedían a la laguna que, por favor, les trajera el verdadero amor de sus vidas.

Un día vieron llegar por la orilla opuesta a un gallardo joven que, al verlas, se acercó hacia ellas y les ofreció tertulia. Compartieron con el joven su comida y este las acompañó hasta que el sol se puso. Las encontró muy lindas y malvadamente se propuso hacerlas suyas.

Por otro lado, las tres Pascualas regresaron a su casa en silencio, arrobadas y cada una de ellas convencida de que el hermoso joven había venido por ella ¡solo por ella!

Por su lado, el joven regresó día a día a la laguna, dispuesto a rendirlas, una por una, a su pérfido deseo.

Llegaba por la mañana, ayudaba a la Pascuala menor a llevar la ropa a su cabaña, y en el trayecto, le declaraba su ardiente amor. Cuando la Pascuala mayor partía al pueblo a comprar las provisiones, enamoraba a la de al medio. Y cuando la menor preparaba la comida, juraba amor eterno a la mayor.

Así, las tres Pascualas se enamoraron locamente. Como cada una se sentía la elegida, no se atrevían a mirarse de frente, temerosas de despertar sus celos. Ya no cantaban: solo suspiros llenaban el atardecer. La laguna ya no era verde y clara, si no turbia y revuelta como sus pobres almas, que le habían dado todo a su bien amado.

Y, entonces, el dichoso bien amado, habiendo logrado su propósito, ya no acudió a la cita. Esperaron en vano, hora tras hora, día tras día. Por fin, se miraron cara a cara y sus propios ojos revelaron su triste secreto.

Muertas de pena, fuéronse internando calladas en las aguas, estas se agitaron formando un remolino. Un temblor sacudió su fondo. La aguas se desbordaron, y al volver a su cauce, este tomó la forma de la luna en cuarto menguante.

Según cuentan los lugareños,desde entonces ciertas noches suelen verse las tres Pascualas, luego de luna llena, lavando y lavando en la laguna que lleva su nombre. Creen que sus aguas no son buenas y evitan su cercanía.


(leyenda chilena)


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18 enero 2006

Leyenda de Iasá


En la tribu de los Cashinahuas vivía una joven tan hermosa que todos los que la veían se enamoraban de ella. Pero Iasá amaba solamente a Tupá, el hijo del dios supremo Tupán.
El demonio Anhangá, enamorado también de Iasá, sentía una terrible envidia de Tupá y decidió robarle la novia. Para lograr su maligno propósito, se apareció un día ante la madre de Iasá y le dijo:
-Si tu impides la boda de Iasá y Tupá y haces que tu hija se case conmigo, yo te daré caza y pesca abundantes durante toda tu vida.
La ambiciosa madre pensó que si obedecía a Anhangá no tendría que preocuparse más por conseguir alimento. De inmediato le prohibió a Iasá volver a ver a Tupá y decidió fijar la fecha del matrimonio de su hija con Anhangá.
Al conocer la decisión de su madre Iasá se sintió desesperar. Sabía que al casarse con Anhangá tendría que ir a vivir al infierno, en el centro de la tierra, y que jamás volvería a ver el cielo, donde vivía su amado Tupá junto a su padre, el dios supremo Tupán. En medio de su tristeza, quiso ver a Tupá por última vez, aunque sólo fuera de lejos, y así se lo pidió a Anhangá.
El demonio decidió complacer a Iasá pero le impuso una condición:
-Te harás una herida en un brazo para que las gotas de tu sangre marquen el camino que te lleva al cielo, así podré seguirte.
Conforme a lo prometido, el día señalado para la boda, poco antes de la ceremonia, Iasá partió a visitar a Tupá por última vez. Se había hecho una herida en el brazo y a medida que avanzaba, las gotas de sangre iban formando un arco rojo en el cielo.
Tupá que era muy poderoso, ordenó al sol, al cielo y al mar que acompañaran a Iasá en su camino y que para confundir a Anhangá dibujaran tres arcos más, al lado de la franja roja. El sol, Guarací trazó un arco amarillo, el cielo Iuaca, dibujó un arco azul claro, y el mar, Pará formó un arco azul oscuro.
Pero Iasá no logró llegar al cielo, ni ver a Tupá, debilitándose cada vez más, fue cayendo lentamente hacia la tierra. Su sangre se mezcló primero con la franja amarilla de Guarací y se formó un arco anaranjado y, después, al mezclarse con el arco azul de Iuaca, dibujó otro arco de color violeta.
Al caer sobre la tierra, Iasá murió en una playa, bañada por el agua del mar y por los rayos del sol. No se casó con Anhangá, ni se fue al infierno...
De su cuerpo subió un arco verde, formado por la mezcla azul de Pará con el amarillo de Guarací, y se convirtió en el séptimo arco que seguía la trayectoria de los otros seis...


(leyenda Cashinahua, Norte de Brasil)


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16 enero 2006

El puente del Inca



Sólo podía ser Señor del Imperio quien fuera hijo de Inti, el Sol. No existía en el mundo autoridad mayor que la que emanaba de su persona.
Hubo, en tiempos ya muy lejanos, un Inca que además de tener un origen divino, se había ganado el respeto y el amor de su pueblo.
Sucedió que un día este señor noble y generoso cayó enfermo. Los médicos lo revisaban y lo volvían a revisar sin poder descubrir la causa de su mal, y con desaliento lo veían empeorar más y más.
Todo el reino temía lo peor, hasta que apareció una pequeña esperanza. Una esperanza que los hizo volver la vista a los extremos más lejanos del imperio. Un viajero les había asegurado que, en un paraje perdido entre las montañas del sur, se encontraba el remedio para la enfermedad del Inca.
Con urgencia, la corte organizó una expedición que llevaría al soberano a través de la cordillera. No se atrevieron a mandar un mensajero, por miedo a que el viaje fuera excesivamente largo, y no regresara a tiempo para salvar al Inca.
Turnándose para llevarlo sobre los hombros, recorrieron casi sin detenerse los caminos de piedra que unían todo el reino, alejándose cada vez más de la ciudad de Qosqo, el centro imperial.
No se desalentaron. Estaban dispuestos a llegar tan lejos como fuera necesario para que el hijo de Inti recuperara la salud.
Mucho después de haber partido, llegaron hasta un río que bajaba brioso de las cumbres por una hondonada.
Lo siguieron mientras corrió en la misma dirección que ellos llevaban. Pero a los pocos días llegaron a un paraje donde el río se desviaba definitivamente hacia el este.
En vano buscaron por los alrededores un paso que les permitiera cruzarlo y seguir viaje rumbo al sur. Tampoco podían descender y alcanzar la otra orilla, porque la violencia del agua los hubiera arrastrado al desastre.
El inca enfermo ya no tenía fuerzas ni para mantener los ojos abiertos. Con enorme tristeza, comprendieron que el monarca se moriría antes de que pudieran desandar el camino.
Hicieron un alto para pasar allí la noche, que ya se acercaba. El Sol, que los había observado desde que salieron de Qosqo, descendía tras las montañas conmovido por la pena que aquellos hombres sentían.
Decidió que los ayudaría a terminar su viaje…
Cuando los incas despertaron por la mañana se maravillaron con lo que veían: Como si se encontrara allí desde el inicio de los tiempos, un sólido puente de piedra llevaba hasta el otro lado del río, rumbo al sur, donde se hallaba la cura para el enfermo.
Completaron con éxito la misión y salvaron la vida de su señor, que fue aun más generoso de lo que había sido hasta entonces.
La gloria del imperio inca ya pertenece al pasado y a la memoria, pero sobre el río Las Cuevas, en el noroeste de Mendoza, el Puente del Inca sigue tendido sobre las aguas turbulentas, como puesto allí por voluntad de los dioses.


(leyenda Quechua)


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15 enero 2006

La gata tricolor


Esta leyenda se remonta al siglo XII, en un monasterio en el norte del Tibet, solían estar en permanente desacuerdo, monologaban sobre cuestiones teológicas, sin escucharse ni llegar a un acuerdo, lo que creaba desunión y malestar. Fue entonces cuando el monje más viejo pidió que por tres días se ayunara a fin de preservar el espíritu del cuerpo y tranquilizar el estado de disociación que reinaba en el monasterio...
Los monjes, realizaron el ayuno y la oración permanente. La mañana siguiente apareció a las puertas el monasterio dentro de un cesto abandonado una madre tricolor con su dos hijitas recién nacidas a las cuales amamantaba. Los monjes consideraron que el hecho podía ser una señal, y dieron cabida en el monasterio a esta pequeña familia. Era tal la abnegación, sumisión y cuidado que procuraba la madre, que por días solo hablaron de las bondades silenciosas de su "tricolor" y olvidaron las diferencias que habían tenido hacia meses.
El monje más anciano que había llamado al ayuno y a escuchar el ser interior, a fin de poder dar lugar a escuchar a los otros y así llegar a poner fin a tanto desacuerdo, considero que estas gatitas eran una señal de cual era el camino para así llegar al acuerdo. Llamo nuevamente a sus monjes y les pidió meditar tres días sobre esto. Así fue como el monje más joven y por ello el que menos doctrina sobre si tenia, acudió a el al cabo del tercer día. Le dijo: "se el secreto de esta pequeña familia"
El anciano monje considerando que el joven estaba obnubilado como todos en el monasterio pero su experiencia era tan poca que no podía haber llegado a la respuesta con tal facilidad, simplemente cerro los ojos, extendió ambas manos y pregunto, "Cual? Dime cual, que a todos ha calmado?"
El joven respondió seguro pero apasionado por su precoz conocimiento a través de la meditación, el primero que había experimentado: "ella posee los tres colores, el blanco y el negro son el ying y el yang, los opuestos, nuestros opuestos, vuestros opuestos, pero en su manto esta el habano, la tierra, nuestro lugar, significa que aquí podremos concitar todas nuestras diferencias si nos ensamblamos, formando un crisol tan bello como su manto"
El anciano lo miró. le tendió su mano y lo invito a compartir su te. El joven lloró... Un silencio tan extenso como la vida, se esparció entre ambos.
Faltaban sorbos para terminar la taza, cuando el anciano tocándole su frente pregunto: Te has dado cuenta que son hembras las tres, que significado tendría que no existiera un macho entre ellas?
El joven ya no sabia si contestar o no. Se arrodillo y dijo: "Usted y yo, tenemos algo en común, aunque las distancia del saber nos separen, ninguno de nosotros tiene el don de la vida, ninguno de nuestros monjes lo tiene, una mujer si, por ello son hembras, traen el mensaje de lo nuevo, de la mutación, del cambio. Nosotros somos permanencia" Esta vez, las lágrimas corrieron por la cara del maestro.... Se retiro en silencio y dejo al joven extasiado en su magnifica visión.
En la mañana siguiente, dejo el monasterio en manos del joven, con la misión de preservar a la pequeña familia, partiendo hacia las montañas.

(leyenda Tibetana)


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Calzada de los Gigantes


Cuenta una antigua leyenda celta que el gigante irlandés Finn MacCool decidió construir un camino a su medida hasta la isla de Staffa en Escocia. Edificó una ciclópea calzada de prismas hexagonales que le permitió atravesar 120 km. de mar sin mojarse, y pudo desafiar a su rival, el gigante escocés Benandonner.
Pero, al acercarse a éste, comprobó que era mucho más fuerte y fiero que lo que había imaginado. Perseguido por el escocés, MacCool huyó de nuevo a la verde Irlanda y allí, su esposa Oonagh le escondió en una cuna.
Cuando apareció Benandonner, Oonagh le invitó a tomar el té, pidiéndole que no despertase al "bebé". Entonces, fue Benandonner el que se aterró, no deseando enfrentarse con el padre de aquella enorme criatura. Y al escapar destruyó la calzada, de la que sólo quedaron en pie sus tramos inicial y final, confiando en que así no sería perseguido por MacCool.


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13 enero 2006

La leyenda del Sol y la Noche


Hacía ya muchos años que el Sol besaba a la Montaña. Con su resplandor la acariciaba de la cúspide a la falda.
Marrón, amarilla o negra en sus extensas laderas, ella siempre daba hijos verdes: ornamentales o de suaves frutos.
El Sol enamorado le trajo un día a Arco iris y abrillantó el espacio infinito de azul. Con jirones de nubes hizo un collar muy blanco que ella movió coqueta alrededor de su garganta de piedra. Claro y diáfano, duraba el Día para siempre.
En cierta ocasión, Sol se vió obligado a separarse de Montaña. Fue cuando descubrió en un acantilado, una caverna cubierta de espesa vegetación. Helechos gigantes, hiedras y enredaderas formaban una tupida puerta que ni el más valiente rayo podía traspasar.
Sol se puso frío de preocupación. Él que era el centro del universo, no podía permitir que una simple cueva escapara de su luz.
Radiante, esplendoroso, reunió toda la energía de su potente luz. Primero envió Rayos Tibios de la Alborada. Ágilmente lucharon contra Rocío y Escarcha hasta evaporarlos en un débil rastro de humo gris. La cueva permaneció cerrada y sin luz. Después llegaron raudos Rayos de Media Mañana. Lucharon con todo su calor, pero no pudieron pasar de las enredaderas. Finalmente descendieron Rayos de Pleno Mediodía. Ardientes, verticales; quemaron piedras y marchitaron hiedras, pero la cueva se mantuvo cerrada y sin luz.
Sol, desaforado llamó a su hermano Viento. Viento rompió el collar de nubes de la hermosa Montaña. Así desató a Lluvia, agua precipitada que suelta y juguetona dio muchísimas vueltas antes de regresar a su mullida casa de algodón. Por horas, Viento y Lluvia azotaron a Montaña. Quebraron cedros, robles, ébanos y caobos, sin contar limoncillos, aguacates y un manaclar sin dueño. Los pinos destrozados cubrieron grandes zonas, pero la cueva permaneció cerrada y sin luz.
Cuando Viento y Lluvia se marcharon vencidos, hilos de plata descendieron incontenibles: Montaña lloraba sus árboles caídos. Tras el susurro de riachuelos, una mujer de sombras, con piel hecha de sueños y pies transparentes, con larga cabelleza a modo de manto sobre el cuerpo desnudo, salió de la caverna. Un grito agudo, como de ave triunfante salió de su garganta. Calor, Lluvia y Viento había vencido, ¿dónde estaba ese Sol arrogante?
Sol regresó en ese mismo instante. Clavó en la extraña sus pupilas de fuego. Sin poder soportarlo, ella corrió a ocultarse, pero sus pies de agua se le voltearon presos de las raíces brotadas. Un grito de dolor se escuchó en el silencio y Viento lo bautizó "jupido".
Cubrió sus pies distintos con su melena enorme. Perdida, elevó altiva su mirada de orgullo. Desafiante clavó en el astro sus pupilas de abismo.
Valiente, Sol enfrentó aquella ira por él desconocida, pero lanzas de hielo penetraron en su cuerpo candentes y enigmas y misterios, preguntas sin respuestas hirieron brutalmente su cuerpo hecho de luz.
Fue en ese momento que escaparon unidos los colores de la vida: azul, rojo, amarillo... dejaron el espacio a uno solo más fuerte que creció incontenible amenazando a Sol.
Entonces Montaña se removió temblando desde la tierra llana, retorciendo su cumbre. Todos los hijos verdes se estremecieron juntos y desencadenaron un poderoso alud. Entre lluvia de piedras y sacrificio de árboles Sol se recuperó.
Cegada para siempre, Ciguapa tambaleaba. Sus pies volteados negáronle equilibrio. Y ahora que no podía darle a nadie la espalda, si entraba o si salía del refugio de piedra fue de vida o de muerte... Cayó precipitada y su larga melena brillante de betún iba cubriendo todo con su oscuro misterio: los árboles, las peñas, los ríos y sus orillas, bohíos y corrales, valles, pueblos y riscos... La Noche había nacido para oponerse al Sol.


Desde entonces, la claridad termina después de doce horas de cálido esplendor. El Sol besa a la Montaña. La rodea de Arco iris, de un infinito azul, después se va prudente dando paso a esta Noche que oscura y silenciosa hace brillar estrellas en su enorme melena de apagado carbón...

...A veces, en luna llena, Montaña se apiada de Noche Serena. La deja entrar con la tristeza prendida en su melena... dicen que va derecho hasta el charco de plata que hay en su antigua cueva y con polvo de estrellas se lava sus dos pies.

(leyenda Republica Dominicana)


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12 enero 2006

El dueño de la luz


En un principio la gente vivía en la oscuridad. Los warao buscaban alimento en tinieblas y sólo se alumbraban con candela que sacaban de la madera. En ese entonces, no existía el día ni la noche.
Un hombre que tenía dos hijas supo un día que había un joven dueño de la luz. Llamó entonces a su hija mayor y le dijo:
-Ve donde está el joven dueño de la luz y me la traes.


Ella tomó su mapire y partió. Pero encontró muchos caminos por donde iba, y tomó el que la llevó a la casa del venado. Allí conoció al venado y se entretuvo jugando con él.
Luego regresó donde su padre, pero no traía la luz. Entonces el padre resolvió enviar a la hija menor:
-Ve donde está el joven dueño de la luz y me la traes.

La muchacha tomó el buen camino y después de mucho andar, llegó a la casa del dueño de la luz.
Vengo a conocerte -le dijo, a estar contigo y a obtener la luz para mi padre.
Y el dueño de la luz le contestó:
-Te esperaba. Ahora que llegaste, vivirás conmigo.

El joven tomó una cajita hecha de juncos, que tenía a su lado, y con mucho cuidado, la abrió. La luz iluminó sus brazos y sus dientes blancos. Y también el pelo y los ojos negros de la muchacha.
Así, ella descubrió la luz, y el joven, después de mostrársela, la guardó.
Todos los días, el dueño de la luz la sacaba de su caja y hacía la claridad para divertirse con la muchacha.
Así pasó el tiempo. Jugaban con la luz y se divertían. Por fin, la muchacha recordó que tenía que volver con su padre y llevarle la luz que había venido a buscar.
El dueño de la luz, que ya era su amigo, se la regaló:
-Toma la luz. Así podrás verlo todo.

La muchacha regresó donde su padre y le entregó la luz encerrada en el torotoro. El padre tomó la caja, la abrió y la colgó en uno de los t:roncos que sostenían el palafito. Los rayos de luz iluminaron el agua del río, las hojas de los mangles y los frutos del merey.

Al saberse en los distintos pueblos del Delta del Orinoco que existía una familia que tenía la luz, comenzaron a venir los warao a conocerla. Llegaron en sus curiaras desde el caño Araguabisi, del caño Mánamo y del caño Amacuro. Curiaras y más curiaras llenas de gente y más gente.
Llegó un momento en que el palafito no podía ya soportar el peso de tanta gente maravillada con la luz. Y nadie se marchaba porque no querían seguir viviendo a oscuras, porque con la claridad la vida era más agradable.
Por fin, el padre de las muchachas no pudo soportar más a tanta gente dentro y fuera de su casa
.
-Voy a acabar con esto -dijo- Si todos quieren la luz, allá va.
`

Y de un fuerte manotazo, rompió la caja y lanzó la luz al cielo. El cuerpo de la luz voló hacia el Este y la caja hacia el Oeste. Del cuerpo de la luz se hizo el sol. Y de la caja de juncos en que la guardaban, surgió la luna.
De un lado quedó el sol y del otro, la luna.

Pero como todavía llevaban la fuerza del brazo que los había lanzado, el sol y la luna marchaban muy rápido. El día y la noche eran muy cortos, y amanecía y oscurecía a cada rato.

Entonces el padre le dijo a su hija menor:
-Tráeme una pequeña tortuguita.
Y cuando la tuvo en sus manos, esperó a que el sol estuviera sobre su cabeza y se lo lanzó, diciéndole:
- Toma esta tortuguita. Es tuya, te la regalo. Espérala antes de dejar pasar a la luna. Desde ese momento, el sol se puso a esperar al morrocoycito. Y al otro día, cuando amaneció, el sol iba poco a poco, como el morrocoy, como anda hoy en día, alumbrando hasta que llega la noche.


(leyenda Warao, Venezuela)


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11 enero 2006

La Diosa Oportunidad


Hace muchísimos años, dijeron los sabios que el tiempo era como la esfinge griega, que mataba a los que no sabían interpretar el enigma de la vida. Y para indicar que el tiempo que se ha desaprovechado no vuelve, los griegos tenían una estatua.

Cierto viajero que miraba la estatua con curiosidad, parecíale que los ojos de marmol le miraban a él y le preguntó:

-¿Como te llamas?

-Me llamo oportunidad.

-¿Por qué estás sobre la punta de los pies?

-Para advertir que solo me detengo un momento.

-¿Por qué tienes alas en la punta de los pies?

-Para advertir que paso rápidamente.

-¿Por qué tienes el pelo tan largo sobre la frente?

-Para que los hombres puedan atraparme cuando me encuentren.

-¿Por qué, entonces, tienes calva la nuca?

-Para manifestar que cuando he pasado, ya no puedo volver.

Dicen que aquel viajero, después del diálogo sostenido con la estatua de la diosa Oportunidad, tuvo motivos de reflexión para el resto de su vida.

(leyenda griega)



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10 enero 2006

Narciso


Al nacer Narciso, sus padres consultaron al famoso adivino Tiresias, acerca del porvenir del recién nacido. La respuesta fue que "el niño viviría hasta una edad avanzada si no llegaba a contemplarse a sí mismo".
Su madre, la ninfa Liríope, evitó que hubiera espejos o superficies pulidas en los lugares que Narciso frecuentaba, intentando que no viera nunca su imagen reflejada.
Narciso se convirtió en un joven de extraordinaria hermosura, de quién todas las muchachas se enamoraban, pero él permanecía alejado de ellas y no les prestaba la menor atención.

Un día, la ninfa Eco le vio, y concibió un intenso amor por Narciso pero no consiguió más que las otras. Desesperada, se retiró a un lugar solitario, donde, consumida por su pasión adelgazó tanto, que solo quedó de ella un hilo de lastimera voz.
Las doncellas despreciadas por Narciso, pidieron venganza al cielo.
La diosa Némesis escuchó sus quejas y decidió intervenir en contra del joven. Narciso salió a cazar una tarde, y la diosa provocó un calor tan fuert e que el joven, agotada su reserva de agua, se acercó a un arroyo para beber.

Al inclinarse sobre el agua vio su rostro por primera vez y al instante se enamoró de su imagen. Tan fuerte fue el amor que sintió por si mismo, que insensible al resto del mundo, con los ojos fijos en la imagen que el agua le devolvia, se dejó morir.
En el lugar de su muerte surgió una nueva flor al que se le dio su nombre: el Narciso, flor que crece sobre las aguas de los ríos, reflejándose siempre en ellos.
(leyenda Griega, una de las tantas versiones...)
Escucha los Sonidos Paganos



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09 enero 2006

Gnowee


Gnowee, llegó a la Tierra cuando todo era oscuridad.
Trajo con ella a su hijo y a muchos otros familiares y amigos, y trajo también el fuego, que debía ayudarles a soportar el frío y las tinieblas.
Sin luz, la vida era muy difícil de sobrellevar. Muchos de los llegados con Gnowee, enfermaron y murieron pronto. Los que no estaban enfermos, encendían antorchas y salían en busca de alimentos que apenas les llegaban para subsistir.
Un día, mientras Gnowee estaba en los campos recogiendo frutos y raíces, su hijo salió de la gruta en que se refugiaban y se perdió en la noche inacabable.

Al saberlo Gnowee, loca de dolor, encendió una gran antorcha y corrió toda la tierra conocida sin lograr encontrar a su pequeño.
Quería iluminarlo todo, quería ver cada rincón, quería ver detrás de los árboles, quería ver los recodos de los caminos y quería ver entre la maleza de los campos.

Tanto y tanto deseaba la luz, que en un supremo esfuerzo, se elevó por los aires y el fuego de su antorcha pudo al fin iluminar la Tierra .
Pero Gnowee aún no ha encontrado a su hijo. Por eso cada mañana, sube al cielo con su gran antorcha encendida en las manos y sigue buscando.
Sólo cuando la vence el sueño, desciende a la tierra para descansar y entonces vuelve otra vez la oscuridad.


(leyenda Australiana)


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08 enero 2006

Aurora Boreal



Cuenta una leyenda esquimal: "Los límites de la tierra y el mar son bordeados por un inmenso abismo, sobre él aparece un sendero estrecho y peligroso que conduce a las regiones celestiales. El cielo es una gran bóveda de material duro, arqueado sobre la tierra. Hay un agujero en él a través del que los espíritus pasan a los verdaderos cielos. Sólo los espíritus de aquellos que tienen una muerte voluntaria o violenta y el cuervo, han recorrido este sendero. Los espíritus que viven allí encienden antorchas para quitar los pasos de las nuevas llegadas. Esta es la luz de la aurora. Se pueden ver allí festejando y jugando a la pelota con un cráneo de morsa.El sonido silbante y chasqueante que acompaña, a veces, a la aurora son las voces de esos espíritus intentando comunicarse con las gentes de la tierra. Se les debería contestar siempre con voz susurrante. A los espíritus celestiales se les llama "selaimut", "sky-wellers", moradores del cielo".

En tierras saami...

Dice una vieja leyenda, que las colas de los zorros que corrían por los montes lapones, se golpeaban contra los montones de nieve y las chispas que salían de tales golpes se reflejaban en el cielo...

Casi puedo ver esos zorros corriendo... ¿Y tu?


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07 enero 2006

El Mago del Tambor


Había una vez, hace muchísimos años, una ciudad muy hermosa llamada Pariallá. Sus caminos se hallaban siempre llenos de flores y sus casas de piedra primorosamente labrada, estaban adornadas con alfombras y tapices de tan brillantes colores que jamás se han vuelto a ver otros tan bellos.
Habitaba esta ciudad gente muy trabajadora, hombres y mujeres que tejían preciosas telas con hilos de oro y plata.
Un buen día llegó a Pariallá un anciano. Caminaba apoyado en un bastón, su espalda se encorvaba tanto, que el hombre se hallaba casi doblado en dos, sus viejos vestidos estaban ya hechos jirones.
Los niños que jugaban en la plaza, al ver aparecer a aquel desconocido, empezaron a burlarse del infeliz. Unos iban tras él, imitando su manera de andar, otros le tiraban sus viejos vestidos y algunos, hasta le insultaban. Mas el anciano seguía caminando muy tranquilo sin hacer caso de aquellos malvados chicuelos.
Anduvo largo rato, seguido de los niños, atravesó la ciudad y cuando ya se hallaba cerca de la salida del pueblo, introdujo la mano en una gran alforja y sacando de ella un lindo tambor dióselo a los muchachos, sin decirles una palabra.
Los chiquillos lo recibieron encantados y dirigiéndose al cerro donde jugaban siempre, comenzaron a tocar el instrumento con manos y pies.
¡Brun bun buun!; resonaba el tambor y el ruido repercutía entre los cerros y llegaba hasta las casas donde se hallaban las personas grandes.
¡Bruun buun buun!; a cada momento retumbaba más fuerte y los muchachos encantados palmoteaban y decían:
“¡Qué viejo tan zonzo; habernos hecho este regalo, después de que nosotros lo hemos insultado!”
¡Burrumbum, buuun, buuun!, sonó de pronto, con tal estruendo, que todos los que tejían dejaron el trabajo asustados y dijeron:
“¿Qué será eso?”
No habían acabado de hablar, cuando el muchacho mayor de la partida dio un puntapié al instrumento e hizo un hueco en una de las redondelas del cuero. En el mismo instante, se oyó un ruido espantoso como si hubieran sonado cien truenos y comenzó a salir del tambor agua y más agua. El líquido brotaba en cantidad tan grande que parecía una inmensa catarata. Pronto anegó las calles, entró en el interior de las casas, inundó todo el campo y fue subiendo, con tal rapidez, que en un dos por tres cubrió el pueblo, las chacras vecinas y el cerro donde se hallaban aquellas malvadas palomillas.
Aquel anciano había sido un poderoso mago y su tambor estaba embrujado. El viejecillo quiso entrar a Pariallá disfrazado de mendigo para probar si la gente que allí vivía tenía buen corazón.
Los viajeros que pasan hoy por ese lugar, contemplan maravillados una laguna azul como el cielo y transparente como el cristal, rodeada de verde hierba y de hermosas flores. En el fondo del lago se encuentra la ciudad de Pariallá, completamente cubierta por las aguas.


(leyenda Inca, versión de José Santos Chocano)


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06 enero 2006

El Quirquincho Músico


Aquel quirquincho viejo, nacido en un arenal de Oruro, acostumbraba pasarse horas de horas echado junto a una grieta de la peña donde el viento cantaba eternamente. El animalito tenía una afición musical innegable. ¡Cómo se deleitaba cuando oía cantar a las ranas en las noches de lluvia! Los pequeños ojos se le ponían húmedos de emoción y se acercaba, arrastrando su caparazón, hasta el charco, donde las verdes cantantes ofrecían su concierto. -¡Oh, si yo pudiera cantar así, sería el animal más feliz del altiplano! - exclamaba el quirquincho, mientras las escuchaba extasiado. Las ranas no se conmovían por la devota admiración que les tenía el quirquincho sino que, más bien, se burlaban de él. -Aunque nos vengas a escuchar todas las noches hasta el fin de tu vida, jamás aprenderás nuestro canto, porque eres muy tonto. El pobre quirquincho, que era humilde y resignado, no se ofendía por tales palabras, dichas en un lenguaje tan musical, como suele ser el de las ranas. El sólo se deleitaba con la armonía de la voz y no comprendía el insulto que ella encerraba. Un día creyó enloquecer de alegría, cuando unos canarios pasaron cantando en una jaula que conducía un hombre. ¡Qué deliciosos sonidos! Aquellos pajaritos amarillos y luminosos, como caídos del Sol, lo conmovieron hasta lo más hondo... Sin que el jaulero se diera cuenta, lo siguió, arrastrándose por la arena, durante leguas y leguas. Las ranas que habían escuchado, embelesadas, el canto, salieron a orilla de la laguna y vieron pasar a los divinos prisioneros que revoloteaban en las jaulas. -Estos cantores son de nuestra familia, pues los canarios son sólo sapos con alas -dijeron las muy vanidosas y agregaron- : Pero nosotras cantamos mucho mejor. -Y reanudaron su concierto interrumpido. -¡Chist... Esperen! -dijo una de ellas-. Miren al tonto del quirquincho. Se va tras las jaulas. Ahora pensará aprender a trinar como un canario... ja... ja... ja... El quirquincho siguió corriendo y corriendo tras el hombre de las jaulas, hasta que las patitas se le iban acabando, de tanto rasparlas en la arena. -Qué desgracia! ¡No puedo caminar más y los músicos se van! -Allí se quedó tirado hasta que el último trino mágico se perdió a lo lejos... Ya era de noche cuando regresaba a su casa. Y al pasar cerca de la choza de Sebastián Mamani, el hechicero, tuvo la idea de visitarlo, para hacerle un extraño pedido. -Compadre, tú que todo lo puedes, enséñame a cantar como los canarios -le dijo llorando. Cualquier persona que no fuera el hechicero se hubiera reído a carcajadas del quirquincho, pero Sebastián Mamani puso la cara seria y repuso: -Yo puedo enseñarte a cantar mejor que los canarios, que las ranas y que los grillos, pero tienes que pagar la enseñanza... con tu vida. -Acepto todo, pero enséñame a cantar. -Convenido. Cantarás desde mañana, pero esta noche perderás la vida. -¡Cómo!... ¿Cantaré después de muerto? -Así es. Al día siguiente, el quirquincho amaneció cantando, con voz maravillosa, en las manos del mago. Cuando éste pasaba, poco más tarde, por el charco de las ranas, se quedaron mudas de asombro. -¡Vengan todas! ¡Qué milagro! ¡El quirquincho aprendió a cantar!... -¡Canta mejor que nosotras!... -¡Y mejor que los pájaros!... -¡Y mejor que los grillos!... -¡Es el mejor del mundo!... Y, muertas de envidia, siguieron a saltos tras del quirquincho que, convertido en charango se desgranaba en sonidos musicales. Lo que ellas ignoraban era que nuestro pobre amigo, como todo gran artista, había dado la vida por el arte.
(leyenda Boliviana)
Escucha los sonidos paganos


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