29 octubre 2007

Urashima y la tortuga


Urashima vivió, hace cientos y cientos de años, en una de las islas situadas al oeste del archipiélago japonés. Era el único hijo de un matrimonio de pescadores. Una red y una barquichuela constituían toda su fortuna. Sin embargo, el matrimonio veía compensada su pobreza con la bondad de su hijo Urashima.
Y sucedió que cierto día el muchacho caminaba por una de las calles de la aldea, cuando de pronto vió a unos cuantos chiquillos que maltrataban a una enorme tortuga. De seguir de aquel modo mucho tiempo, hubieran acabado por matarla, y Urashima decidió impedirlo. Se dirigió a los chicos, y, reprendiéndoles por su mala acción, les quitó la tortuga. Cuando la tuvo en sus manos, pensó dejarla en libertad, y para ello fué hacea la playa. Una vez allí, la llevó a la orilla y la dejó en el mar. Vió cómo la tortuga se alejaba poco a poco, y cuando la perdió de vista, Urashima regresó a su casa. Sentía una gran satisfacción por haber librado al animal de sus pequeños verdugos.

Transcurrió algún tiempo desde aquel día. Una mañana, el muchacho se fue a pescar. Tomó el camino que conducía a la playa y cuando llegó puso la barca en el agua, montó en ella y remó hacia dentro. Llevaba largo rato remando y perdió de vista la orilla; decidió echar al agua su red, y cuando tiró para sacarla hacia fuera, notó que le pesaba más que de costumbre. Logró subirla, y con gran sorpresa vió que dentro de la red estaba la tortuga que él mismo echó en el mar, la cual, dirigiéndose a él, le dijo que el rey de los mares, que había visto su buen corazón, la enviaba para conducirle a su palacio y casarle con su hija, la princesa Otohime.

A Urashima le entusiasmaban las aventuras y accedió muy gustoso. Juntos se fueron mar adentro, hasta que llegaron a Riugú, la ciudad del reino del mar. Era maravillosa. Sus casas eran de esmeralda y los tejidos de oro; el suelo estaba cubierto de perlas y grandes árboles de coral daban sombra en los jardines; sus hojas eran de nácar y sus frutos de las más bellas pedrerís. Hacia los asombrados ojos de Urashima avanzaba una hermosísima doncella: era Otohime, la hija del rey del mar. Le recibió como a un esposo y juntos vivieron varios días en una completa felicidad.

Todos colmaban al pescador de todo género de atenciones, y entre tanta delicia, Urashima no sintió que el tiempo pasaba. No podía precisar desde cuándo estaba allí. ¿Para qué había de saberlo? No debía importarle. La vida en aquel lugar maravilloso le parecía inmejorable; nunca pudo soñar nada semejante.


Pero sucedió que un día se acordó de sus padres. ¿Qué sería de ellos? Sin duda sufrirían mucho sin saber lo que había sido de él. Y desde aquel momento la tristeza se apoderó de todo su ser. Nada lograba distraerle; ya no encontraba aquel lugar tan encantador y hasta le pareció menos bello. Sólo deseaba una cosa: volver junto a sus queridos padres. Y así se lo comunicó una mañana a su esposa, cuando ésta procuraba por todos los medios averiguar la causa de su pena. Al decirle Urashima lo que quería, Otohime se entristeció; procuró convencerle de que se quedara junto a ella, pero nada logró. El pescador estaba firme en su propósito. Así, pues, prometió volverle a la aldea, y con un lucido cortejo le acompañó hasta la playa. Cuando al fin llegaron, la princesa entregó a Urashima una pequeña caja de laca, atada con un cordón de seda. Le recomendó que, si quería volver a verla, nunca la abriese. Después se despidió de él y con su cortejo se internó en el mar.


Pronto Urashima la perdió de vista. Con la cajita en sus manos, miraba fijamente a las aguas. Así estuvo algún tiempo; después recorrió la playa. De nuevo estaba en su pueblecito. Las mismas arenas, las rocas de siempre, el mismo sitio donde de pequeño tantas veces había ido a jugar; le parecía que su vida en la cuidad del mar había sido un sueño. Qué lejos todo aquello! Entonces encaminó sus pasos hacia su casa; pero cuando entró en la aldea no supo por dónde ir. La encontraba completamente cambiada: no la reconocía. Las casas eran más grandes; tejados de pizarra habían sustituido a los que él vio de paja. La gente se vestía con vistosos quimonos bordados. Parecía otro lugar. Y, sin embargo, era su pueblo; estaba seguro. La misma playa, las mismas montañas. Sólo las casas y la gente habían cambiado.

Entonces decidió preguntar a unos muchachos en dónde se encontraba la casa del pescador Urashima, pensando que éste era también el nombre de su padre. Los muchachos no supieron responderle; no conocían a tal pescador. Entró en un comercio e hizo igual pregunta al dueño; pero le dijo lo mismo que los chicos: nunca había oído hablar de tal pescador, y eso que creía conocer a todo el pueblo. En esto acertó a pasar por allí un hombre que debía de tener muchos años, a juzgar por su apariencia. Era conocido por saber mil historias antiguas del pueblo y conocer las vidas de sus antiguos habitantes.
Urashima se dirigió a él, por indicacion del dueño de la tienda y le preguntó dónde estaba la casa del pescador Urashima. El viejo no contestó; se quedó un momento pensativo, y al cabo de un rato dijo que casi lo había olvidado, porque habían pasado más de cien años desde que murió el matrimonio. Su único hijo decían que un día salió a pescar, y a partir de entonces nadie volvió a saber lo que le sucedió. Urashima empezó a comprender: mientras vivió en la ciudad del mar había perdido la noción del tiempo. Lo que le había parecido sólo unos cuantos días habían sido más de cien años. No supo qué hacer; se encontraba completamente solo en un pueblo que, aunque era el suyo, le era absolutamente extraño.

Entonces se dirigió a la playa; puesto que había perdido a sus padres, volvería con la princesa Otohime. Pero ¿Cómo llegar a ella? En su precipitación por ver a sus padres, olvidó, cuando se despidieron, preguntarle de qué medio se valdría para volver a verla. De pronto, recordó la cajita que tenía entre sus manos; se olvidó de que no debía abrirla, y pensó que, haciéndolo, quizá pudiera ir junto a Otohime.
Desató sus cordones y la destapó. Al instante salió de ella una nubecilla que se fué elevando, elevando, hasta perderse de vista. En vano Urashima intentó alcanzarla. Entonces recordó la recomendación de la princesa; su atolondramiento le había perdido. Ya no volvería a verla.

De pronto sintió que sus fuerzas le abandonaban, sus cabellos encanecían, innumerables arrugas surcaron su piel; su corazón cesó de latir, y, al fin, cayó al suelo.
Cuando a la mañana siguiente fueron los muchachos a bañarse, vieron tendido en la arena a un hombre decrépito, sin vida. era Urashima que había muerto de viejo.


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23 octubre 2007

Leyenda del Girasol


Cuenta una leyenda guaraní que la vida del Girasol comenzó en un lugar a orillas del río Paraná, donde vivían dos tribus vecinas. Los caciques de ambas tribus, Pirayú y Mandió, eran muy buenos amigos, y sus pueblos intercambiaban pacíficamente artesanías y alimentos.
Pirayú pensaba que la hermandad y el respeto entre las dos tribus durarían para siempre. Mandió, en cambio, estaba convencido de que ambos pueblos debían ser uno. Sabía que Pirayú tenía una hija muy hermosa llamada Carandaí. La había visto a lo lejos, paseando por la orilla del río Paraná, rodeada de amigos, y su belleza le había quitado el sueño.

Un día fue a ver a su amigo y le dijo:

- Para que nuestros pueblos fortalezcan su hermandad convirtiéndose en uno, dame la mano de tu hija.
Pero éste le dijo que eso era algo imposible, y le contó que su hija no se casaría con ningún hombre porque había ofrecido su vida al Dios Sol.
Mandió se encolerizó, y Pirayú trató de explicarle, de la mejor manera posible, que la joven Carandaí pasaba horas al Sol desde muy pequeña y vivía únicamente para él, y que los días nublados la ponían muy triste.

- ¡Esto es peor que un desprecio! -grito Mandió, y se alejó prometiendo venganza.

Pirayú se quedó muy triste y preocupado, porque pensaba que su amigo castigaría a su pueblo. Y por desgracia, al cabo de varios días, sucedió lo tan temido.
Carandaí se desplazaba en su canoa por el río, contemplando la caída del sol, cuando de pronto vio resplandores de fuego sobre su aldea. Llena de angustia remó con todas sus fuerzas hacia la orilla pero, al saltar a tierra, una trampa hecha con gruesas barras de madera cayó sobre ella y la inmovilizó.


- Ahora tendrás que pedirle a tu dios que te libere de mi venganza -dijo Mandió, riendo con expresión cruel.


-¡Oh, Kuarahí, mi querido Sol -susurró Carandaí. -¡No permitas que Mandió acabe conmigo y con mi pueblo! ¡No lo permitas!

Por un momento, el brillo del sol poniente creció y envolvió la tierra. Los animales de la selva chillaron alarmados. Una lengua de fuego bajó del cielo y rodeó a Carandaí como un escudo protector.
Mandió escapó aterrado, arrojándose al río. Cuando todos los fuegos se consumieron, en el lugar donde estaba Carandaí brotó una planta desconocida, de largo tallo, coronada por una flor dorada.
Era el girasol, que al igual que la princesa enamorada, sigue desde entonces el paso del sol por el firmamento, en adoración incondicional.


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La leyenda del olivo de las brujas


Hay un viejo Olivo en Mangliano en la Toscana donde las personas con supersticiones han mantenido a lo largo del tiempo ciertas creencias.

Parece que en los días en los que el Olivo era vigoroso y exuberante, este fue muy generoso y dio cientos y cientos de kilos de olivas, fue un olivo que en toda la Maremma no se podía encontrar uno igual.

Un día un pobre hombre que estaba a los pies del árbol, bajo sus ramas que se doblaban hacia el suelo por el peso de sus maduras olivas le pidió al dueño del árbol una pequeña cantidad de olivas para poder llenar su estomago vacío. El dueño del olivo estaba negociando el inicio de la cosecha que podría ser a la mañana siguiente, él era ambicioso y egoísta así que de manera ruda mando alejarse al pobre hombre.

A la mañana siguiente , los hombres y mujeres que venían a recoger la cosecha con sus grandes cestas comenzaron por el gran árbol, pero al verlo se quedaron sin palabras; el árbol que el día anterior crecía fuerte ahora estaba retorcido como por un remordimiento y entre su follaje no estaban los preciosos frutos, solo algunas vulgares habas.

Una mujer desconcertada corrió a darle la noticia al dueño, pero el dueño incrédulo le contestó de malas maneras.-“Vuelve derecha a tu trabajo, no tengo tiempo de escuchar tonterias”, pero como la mujer insistía el finalmente fue a ver el Olivo. Frente a sus ojos el olivo apareció con sus ramas llenas de habas. El hombre que había sido duramente castigado salio corriendo y desapareció. Se dice que el olivo nunca más volvió a tener olivas, solo habas.

Las brujas tomaron posesión de esta extraña planta y ciertas noches tu puedes oír sus siniestros gritos y el sonido de sus danzas alrededor del retorcido tronco.

Ahora la gente pasa lejos del árbol que en sus tiempos fue el honor de la Maremma y ha llegado a ser “El olivo de las brujas”


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20 octubre 2007

La leyenda de Balder


Cuando nació Balder, Frigg, temerosa de la seguridad de su hijo, hizo que todas las criaturas, el fuego, el agua, el hierro, todos los metales, los pájaros y las serpientes juraran que no dañarían a Balder. Sin embargo, Balder comenzó a soñar cosas oscuras de modo que su madre, Frigg que sabia leer los sueños, vio que su amado hijo iba a morir. Para descifrar los sueños de Balder, Odín, montado en su caballo Sleipnir, descendió cabalgando a Hel. Allí, un perro ensangrentado (Garm), le salió al encuentro, pero Odín logró evitarlo y llegó a una puerta que se halla del lado de poniente. Dijo entonces unas palabras mágicas que provocaron que, en el fondo de un tumulto, despertara Hela; ella se quejó, pero Odín la obligó a descifrar el sueño de su hijo. Sin embargo, Hela lo hizo con palabras oscuras, pues estaba cansada y quería regresar a la muerte, y la advertencia de los sueños resultó de este modo vana. Cada vez el sueño de Balder se veía más y más turbado. Noche tras noche, se echaba en su cama moviéndose inquieto, dominado por unas espantosas visiones de oscuridad. Las pesadillas duraban tanto tiempo y se alargaron durante tantas noches que empezó a hacerle mal. Este dios que solía ser el más alegre de todos ellos acabó por convertirse en un ser obstinado y deprimido que se paseaba por Asgard sin hablar con nadie. Cuando le preguntaban que le pasaba, él les contestaba que eran las pesadillas; los dioses empezaron a preocuparse seriamente, y se reunieron en el Gladsheim para discutir el problema. Hicieron una lista nombrando todos los medios posibles (armas, enfermedades...) que podrían matar a Balder. Cuando estuvo terminada la lista, Frigg la cogió y la llevó a cada uno de los rincones de los nueve mundos, haciendo prometer a cada uno de los que estaban en la lista que no le harían daño a su hijo.

* * *
El dios Loki estaba resentido porque sus hijos Fenrir, Jormundgander y Hela habían sido raptados por los dioses para que no maltratasen a los dioses ni a los humanos. Por lo tanto, Loki decidió matar a Balder. Durante mucho tiempo vagó por todo el universo en busca de algo que no hubiese prometido lastimar a Balder o que rompiese su promesa, y cuando por fin perdió su esperanza, pues no encontraba nada, decidió acudir a la propia Frigg en busca de respuestas. Loki se disfrazo de anciana y se dirigió ante la diosa Frigg, y no cesó de molestarla hasta que ésta le reveló que la única cosa que no le prometió lastimar a su hijo fue el muérdago. Loki salió y se dirigió al bosque, cogió una gran rama de muérdago y afiló la punta.

* * *
Balder, creyéndose invulnerable a todo, por la promesa que su madre había pedido a todos los elementos, ideó un juego: pidió a los dioses que le arrojaran cuantos objetos dañinos quisieran; y nada lograba herirlo. Cada uno de los dioses le arrojo un objeto: primero una china, luego una piedra, una roca, un cuchillo, y así sucesivamente, uno tras otro. Durante el juego, Loki le dio una flecha con muérdago a Hodur, el hermano ciego de Baldur, y le ayudo a disparar el arco. La flecha de muérdago atravesó el pecho de Baldur quien murió en el acto. Y al verse privados de la luz y la verdad, el Ragnarok fue anunciado ante los dioses. Cuando Balder cayó, los dioses quedaron mudos, y no había en ellos fuerzas para levantarlo. Nadie tomó venganza. No podían tomar venganza sobre nadie en ese lugar, porque el lugar era sagrado. Finalmente, los dioses tomaron el cadáver y lo llevaron al mar. En la nave de Balder hicieron la pira funeraria. Su esposa Nanna murió de pena al verle muerto, y fue depositada junto a él en el barco funerario, así como el caballo de Balder. Odín depositó en la pira el anillo mágico Draupnir. La nave no se movió hasta que la empujó una giganta que llegó cabalgando en un lobo con una víbora como brida. Por fin zarpó la nave. Frigg, en un último intento por recuperar a su hijo, prometió sus favores a quien descendiera a Hel para recobrar a su hijo. De este modo, nueve noches después de la ceremonia funeraria, Hermod, montando en Sleipnir, llegó a Hel para ver si Balder podría ser resucitado. Hela le informó que si todas las cosas del mundo lloraban por Balder, ella le dejaría ir. Los hombres, los animales, la tierra, las piedras, los árboles y los metales, todos lloraron por Balder. Sin embargo, en una caverna, Loki, disfrazado de giganta, rehusó llorar por él, así que la muerte de Balder se hizo definitiva.


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17 octubre 2007

La leyenda de Dioniso y los piratas


Dionisio, en su recorrido por Grecia y Asia Menor, llegó de nuevo a Argos y quiso acercarse a la isla de Naxos. Para ello contrató los servicios de unos piratas tirrenos. Los piratas fingieron aceptar el trato pero en lugar de conducirle a Naxos pusieron rumbo a Asia con el fin de venderle allí como esclavo. Dioniso se dio cuenta y con ayuda de su poder transformó los remos de la nave en serpientes, llenó el barco de hiedra y después hizo sonar unas flautas invisibles. Finalmente paralizó la nave entre enramadas de parra.

Los piratas, enloquecidos y asustados, se arrojaron al mar y una vez allí se convirtieron en delfines, cuyas almas seguían siendo de piratas, pero piratas arrepentidos. La leyenda dice que por eso los delfines acompañan y salvan a los náufragos, porque son aquellos piratas que quieren expiar su culpa.

La historia se propagó y así el poder de Dioniso fue reconocido por todo el mundo y el dios pudo ascender a los cielos después de haber terminado su tarea en la Tierra.


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12 octubre 2007

La leyenda de la Mandioca


La bella hija de un jefe indio, adorada por sus padres, inocente como una paloma y un símbolo verdadero de la castidad pura, apareció un día con las señas inequívocas que preceden a la maternidad.
El jefe de la tribu, presa de una gran indignación, en vano pregunta quién era el causante de su desgracia. La joven nada pudo explicar. El padre entonces la amenazó con la pena de muerte, pero ni aún así obtuvo respuesta. Entonces la joven fue hecha prisionera y condenada.

Y ocurrió que la noche precedente a la ejecución, el jefe tuvo un sueño extraño, se le apareció un ser misterioso, blanco como la nieve, de las cordilleras, quien le dijo que debería considerar virgen a su hija, a pesar de su estado. "Ella no tiene la culpa, ¡no es culpable tu hija!", dijo la aparición.

El padre asombrado hizo caso a las palabras de la aparición, y revocó la pena capital. La muchacha dio a luz a una niña y murió. La criatura, llamada "Maní", fue la alegría de todo el pueblo indio.
Era hermosa como una flor del campo, alegre como un pájaro del bosque, y siempre estaba cantando, bailando y riendo, pero ¡ay!, no sobrevivió muchos años a su madre, y pronto se fue para siempre.
Su muerte fue motivo de un duelo inmenso para toda la tribu. La sepultaron al pie de un gran árbol a orillas de la selva virgen. Al poco tiempo aparecieron sobre su tumba las hermosas hojas de una planta extraña, completamente desconocida hasta entonces.
Cuando la planta hubo crecido, los indios descubrieron raíces que tenían una carne blanca de sabor exquisito, y entonces comprendieron que el pueblo indio había sido visitado por un mensajero de los dioses, y que ese ser misterioso estaba ofreciendo ahora su carne a la tribu.
La planta recibió el nombre de "Maní ro'o" (carne de Maní), y tal fue el origen de "Mani'o", o Mandi'o.


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04 octubre 2007

El Rapto de las Sabinas


Cuando Rómulo terminó de fundar la ciudad de Roma, con la finalidad de poblarla rápidamente, invitó a que se instalara toda clase de gente, aduciendo que era la mejor ciudad para vivir en libertad.

A pesar que la mayoría de los habitantes no eran muy recomendables, Rómulo estaba feliz.

Designó a cien hombres “Padres de la Patria” o Patricios para asegurar el orden y la seguridad de esta nueva ciudad. Pero el problema más grave que tenían era la falta de mujeres. Si no las conseguían rápidamente, el futuro de la ciudad estaba destinado al fracaso.

Luego de muchas reuniones donde analizaron todas las posibilidades, los Senadores creyeron que lo mejor sería visitar a los pueblos vecinos para explicarles sus intenciones. Ninguno acepto la oferta de los romanos, porque como ya sabemos los habitantes de Roma dejaban mucho que desear y ningún padre quería entregar a sus hijas a ese tipo de gente.

Los romanos se sintieron agraviados ante la negativa, pero Rómulo los calmó cuando les dio a conocer un nuevo plan.

Cuando llegó la fiesta del dios Consus, Rómulo organizó unas grandiosas carreras de caballos invitando a las poblaciones vecinas. Roma se llenó de visitantes para la fiesta ya que llegaban familias enteras para celebrar el gran acontecimiento.

En aquel entonces, los vecinos más numerosos y poderosos de la región eran los sabinos y eran los que en mayor número se habían presentado para honrar al dios Consus.

Cuando todos los visitantes se hallaban entretenidos participando de las competencias, los hombres de Rómulo raptaron a todas las muchachas que encontraron y las escondieron.

Los vecinos se enfurecieron y solo pensaban en vengarse de los romanos.

Las Sabinas secuestradas estaban muy asustadas ya que no conocían los planes de los romanos. Pronto, Rómulo se presentó ante ellas para calmarlas diciendo:-No deben tener miedo. Nada malo les ocurrirá. Solo deseamos que conozcan a los ciudadanos romanos, se enamoren, se casen y tengan muchos niños para que la ciudad de Roma crezca y sea próspera.

Los ciudadanos romanos se mostraron atentos y cariñosos con las jóvenes y ellas pronto accedieron formar nuevos hogares.

Las poblaciones vecinas no podían perdonar a los romanos por haber quedado sin hijas y para rescatarlas eligieron a Tito Lacio, rey de los sabinos.

Como en esos tiempos, las mujeres estaban consideradas como una clase inferior, Tito Lacio pensó que no valía la pena derramar sangre por unas cuantas mujeres.

Otras poblaciones vecinas buscando vengarse atacaron Roma, pero los romanos supieron defenderse y ganaron todas las batallas. Rómulo se mostró comprensivo con sus atacantes y, en lugar de hacerlos prisioneros, los perdonó así formaron un pueblo unido.

Al ver que el poderío de Roma avanzaba sobre los otros pueblos, Tito Lacio cayó en la cuenta de que si no hacía algo pronto para atacar a Roma, los sabinos terminarían bajo el dominio romano y comenzó a trazar un plan de ataque.

Mientras estudiaba cuidadosamente acerca de la manera de atravesar la muralla de Roma, vio a una joven muchacha que salía de las puertas de la ciudad para llenar su cántaro con agua. Esa joven se llamaba Tarpeya y era hija del alcalde de la ciudad.

A Tarpeya le apasionaban las joyas de oro. Cuando vio al grupo de sabinos con sus relucientes brazaletes quedó deslumbrada y les preguntó:- Dime, ¿Esos brazaletes que llevas en tus muñecas, son de oro?

Tito Lacio respondió:- Son de oro puro y tú puedes tenerlos esta misma noche, si quieres.

-Dime que debo hacer- Respondió Tarpeya .

-Solo debes descorrer los cerrojos de esta puerta a medianoche y todos estos brazaletes serán tuyos.-le confió Tito Lacio.

A la hora señalada, Tarpeya corrió los cerrojos y luego fue ante los sabinos a reclamar su recompensa.

-¿ Tu quieres nuestros brazaletes?! Pues aquí los tienes!-y la golpearon duramente hasta matarla.

Luego la arrojaron desde una roca, que desde entonces se llama Tarpeya.

Nadie esperaba ese sorpresivo ataque, y mucho menos Rómulo que dormía placidamente. Pero el dios Juno, defensor de las puertas de la ciudad, hizo brotar ante los sabinos una fuente de calor y por unos momentos tuvieron que retroceder su ataque.

Los romanos trataron de defenderse ante una nueva embestida sabina. Rómulo, desesperado le prometió al dios de los dioses erigirle un templo en el lugar exacto en que ganasen la batalla y luego volvió a arengar a sus hombres con una nueva esperanza y el combate que parecía perdido volvió a equilibrarse.

Los sabinos estaban al mando de Mecio Curcio, un charlatán que alardeaba constantemente acerca de lo que haría una vez que traspasara las puertas de Roma. Pero su caballo se encabritó y corrió hacia un pantano fuera de control y se ahogo. Mecio Curcio se salvó de la muerte pero no del susto y huyó despavorido del combate.

Cuando la lucha se inclinó a favor de los romanos, las sabinas, tomaron a sus hijos de la mano y se interpusieron entre ambos bandos.

Todos los que combatían eran o hermanos o padres o esposos de ellas, y les pidieron por favor que no pelearan más, ya que no deseaban quedarse ni huérfanas ni viudas.

Esto terminó con todas las guerras. Rómulo y los sabinos firmaron una alianza que los unió para siempre. Tito Lacio gobernó juntamente con Rómulo hasta que falleció, y luego Rómulo fue el rey de romanos y sabinos.



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02 octubre 2007

Leyenda de la Xana Carissia


Cuenta la leyenda que cuando aún los romanos no habían completado su conquista de la península. Tito Carisio era uno de los encargados de someter a celtíberos y astures en los años en que se desarrolla la historia. Las tropas romanas, en su difícil avance (parece ser que los astures fueron rivales costosos de vencer), habían llegado a las orillas del río Narcea. Era una campaña dura, en una región que no conocían todo lo que hubieran querido, con tupidos bosques de hayas, cumbres escarpadas, torrentes... un clima al que no estaban acostumbrados y por si fuera poco, animales salvajes -osos, lobos...- que había que vigilar. Acamparon cerca de estos bosques, desde donde intentarían dirigirse al este, hacia el río Nalón, en cuyas cercanías se habían reunido los astures. La campaña empezaba a convertirse en una pequeña tortura, con la lluvia incesante y los pocos resultados.
Así las cosas y con el campamento montado, Carisio empezó a deambular por los alrededores del bosque, meditando sobre el próximo enfrentamiento... en uno de estos paseos, le pareció vislumbrar una imagen femenina entre los árboles, y al seguirla, descubrió a una bella muchacha acicalando su larga melena con un peine de oro. Vestía una túnica blanca de lino, y sus ojos eran del mismo verde intenso que el bosque que la rodeaba. Un arroyo dejaba oír la música del agua, mientras la dama canturreaba suavemente... Carisio no pudo por menos que acercarse a ella, pero al verle, la joven se internó en el bosque.
El general romano la persiguió, ya casi sin sentido, sin importarle herirse a veces con ramas, sin importarle el camino o estar alejándose cada vez más de sus hombres. Tal vez ni siquiera tuvo tiempo para preguntarse cómo era posible que esa mujer corriera tan rápido y sin hacer apenas ruido... como si no fuera totalmente material. Solo seguía el fulgor luminoso de su túnica entre unos árboles, o la estrella dorada que era su cabello al viento cuando se dejaba ver... Él la llamaba y solo obtenía el rumor de sus risas a modo de respuesta... y esto le hacía perseguirla con más fervor aún.
Finalmente llegaron a un claro del bosque en el que había un lago. Carisio vio a la muchacha en la orilla, chapoteando y bailando en las aguas, riendo y cantando (o era solo la misma risa cantarina?).
Esta vez a punto estuvo de alcanzarla y abrazarla, pero ella se adentró un poco más en el lago, escapando de él. Carisio siguió tras ella, sin darse cuenta de que el agua le cubría cada vez más. La mujer seguía chapoteando, el romano avanzaba... y no tardó en perder pie, y en hundirse en las profundidades del lago, aún extendiendo sus brazos hacia la imagen que le había llevado a la muerte. Y el agua inundó sus pulmones del mismo modo que la risa de la Xana inundaba el paisaje...


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01 octubre 2007

La leyenda de la Princesa Donají


La casa del Rey Cosijoeza está de fiesta. Un bagidito de plata llena los ámbitos de cálida alegría y enciende todos los cariños; ya han puesto en sus manos hoyueladas, el malacate simbólico de la femineidad y, cual una princesa de cuento, la niña recién nacida espera a las hadas de los bellos dones.

Tiboot, el sacerdote de Mitla, descifra en el cielo el signo de aquella niña, hija de la amorosa Pelaxilla y del rey zapoteca, noble y fuerte. Tiboot titubea y dice al fin: "Múltiples virtudes adornan a nuestra princesa, pero el signo de la fatalidad estaba en el cielo cuando ella nació. Este hecho, precursor de funestos sucesos, nos dice que ella misma se sacrificará por amor a la patria".
El capullo de carne y rosas se llamó Donají, nombre sonoro y dulce que quiere decir: "Alma Grande". El estruendo de la guerra despertó una noche a la núbil princesa, hecha ya de gracia y belleza. Mixtecos y Zapotecos disputan, pueblos igualmente fuertes, sabios y poderosos. Los guerreros Zapotecas, traen un prisionero moribundo; la sangre baña su cabeza y una palidez mortal cubre su faz virilmente hermosa.
Sus ropas y sus armas dicen que pertenece a elevada alcurnia. Está sin conocimiento, los guerreros lo dejan y retornan al tumulto de la lucha.
Donají, compasiva, lava sus heridas y lo esconde al furor de sus enemigos. Juventudes brillantes, audaces, nobles vástagos en plena edad del mejor ensueño, sintieron que el amor había brotado entre ellos, uniéndolos para siempre.
Cuando el príncipe Nucano, "Fuego Grande". Que tal era el nombre del prisionero, se hubo restablecido, pidió a Donají que le dejara partir. Los Mixtecas contaban una vez más con el valiente y arrojado príncipe, que los guiaba en las victorias, gracias al amor de Donají.
La lucha se había entablado encarnizadamente. El valiente Cosijoeza había tenido que abandonar Zaachila, capital de su reino. Entabladas las negociaciones de paz, los Mixtecas las aceptaron, pero, desconfiando del astuto rey zapoteca que había tenido tantos ardides en la lucha, pidieron en prenda de paz a la dulce princesa Donají, que embellecía los días de su padre. Si por alguna circunstancia el rey zapoteca no respetaba los tratados, la princesa sería muerta por los guardianes Mixtecas. Corrían una y otra las noches de luna resplandecientes. Donají se sentía humillada de ser prenda de paz, cuando la palabra de su augusto padre bastaba por sí sola, como que era la palabra de un rey.
Una noche en que había muerto la luna resplandeciente y los mixtecas dormían confiados, Donají atenta a los rumores de la noche pensaba: ¡ Oh, si yo pudiera...!
La ocasión se presentaba propicia y con una de las damas envió a su padre recado de que los Mixtecas dormían en la placidez de sus dominios de Monte Albán. Pasaron momentos largos y pesados. De pronto, un leve murmullo avisó a la Princesa que los suyos subían por la montaña. De improviso cayeron en el campamento y los Mixtecas murieron a millares, antes de haber organizado la defensa. Un dardo penetró en la alcoba de la princesa; era señal convenida de que los suyos iban a rescatarla. Se disponía a huir, cuando los guardianes Mixtecas la apresaron, para vengar en su persona la afrenta de los Zapotecas. Bajaron la montaña. Un nombre musitaba sus labios puros y rojos que parecían morir de desesperanza. Nucano, el de los blancos amores, era sólo un recuerdo que parecía perderse en las brumas de aquel amanecer. Los negros ojos de Donají, se entrecerraron para enviar sus últimos pensamientos a Zaachila, a la patria bella, grande y victoriosa.

Los sones bélicos de los Zapotecas llegaban hasta los oídos de los fugitivos; el agua del río se veía oscura por la sangre de los guerreros de Cosijoeza. La sed de venganza brotó incontenible entre los Mixtecas; ahí tenían a Donají, la bella, la del Alma Grande... Y junto a las aguas rumorosas, se consumó la venganza. Y allí mismo, el tibio y decapitado cadáver encontró sepultura, y la verde pradera entretejió su mortaja, mientras el Río Atoyac recitaba la muerte dolorosa de la princesa zapoteca...
Pasó mucho tiempo. Se cuenta que un día de invierno, un pastorzuelo descubrió un lirio fragante al pasar por las márgenes del Río Atoyac. Lo insólito de una flor en esa época lo llenó de asombro. Más aún, cuando a los quince días volvió a encontrar en el mismo lugar, el mismo lirio terso y lozano, como si un misterioso poder lo conservara...


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