Cuenta la leyenda que cuando aún los romanos no habían completado su conquista de la península. Tito Carisio era uno de los encargados de someter a celtíberos y astures en los años en que se desarrolla la historia. Las tropas romanas, en su difícil avance (parece ser que los astures fueron rivales costosos de vencer), habían llegado a las orillas del río Narcea. Era una campaña dura, en una región que no conocían todo lo que hubieran querido, con tupidos bosques de hayas, cumbres escarpadas, torrentes... un clima al que no estaban acostumbrados y por si fuera poco, animales salvajes -osos, lobos...- que había que vigilar. Acamparon cerca de estos bosques, desde donde intentarían dirigirse al este, hacia el río Nalón, en cuyas cercanías se habían reunido los astures. La campaña empezaba a convertirse en una pequeña tortura, con la lluvia incesante y los pocos resultados.
Así las cosas y con el campamento montado, Carisio empezó a deambular por los alrededores del bosque, meditando sobre el próximo enfrentamiento... en uno de estos paseos, le pareció vislumbrar una imagen femenina entre los árboles, y al seguirla, descubrió a una bella muchacha acicalando su larga melena con un peine de oro. Vestía una túnica blanca de lino, y sus ojos eran del mismo verde intenso que el bosque que la rodeaba. Un arroyo dejaba oír la música del agua, mientras la dama canturreaba suavemente... Carisio no pudo por menos que acercarse a ella, pero al verle, la joven se internó en el bosque.
El general romano la persiguió, ya casi sin sentido, sin importarle herirse a veces con ramas, sin importarle el camino o estar alejándose cada vez más de sus hombres. Tal vez ni siquiera tuvo tiempo para preguntarse cómo era posible que esa mujer corriera tan rápido y sin hacer apenas ruido... como si no fuera totalmente material. Solo seguía el fulgor luminoso de su túnica entre unos árboles, o la estrella dorada que era su cabello al viento cuando se dejaba ver... Él la llamaba y solo obtenía el rumor de sus risas a modo de respuesta... y esto le hacía perseguirla con más fervor aún. Finalmente llegaron a un claro del bosque en el que había un lago. Carisio vio a la muchacha en la orilla, chapoteando y bailando en las aguas, riendo y cantando (o era solo la misma risa cantarina?).
Esta vez a punto estuvo de alcanzarla y abrazarla, pero ella se adentró un poco más en el lago, escapando de él. Carisio siguió tras ella, sin darse cuenta de que el agua le cubría cada vez más. La mujer seguía chapoteando, el romano avanzaba... y no tardó en perder pie, y en hundirse en las profundidades del lago, aún extendiendo sus brazos hacia la imagen que le había llevado a la muerte. Y el agua inundó sus pulmones del mismo modo que la risa de la Xana inundaba el paisaje...
Eduardo Galeano
-
Esta parte reservada del ciberespacio siempre se ha nutrido de tus palabras
paganas. Se te echará de menos.
Hasta siempre Eduardo!
Hace 9 años.
2 comentarios:
Je découvre votre blogue. Il est très bien et le contenu aussi, surtout.
Très intéressant, merci pour l'information.
real como la vida misma.
de leyenda nada.q fué así.
estas xanas no se q tendrán..cuidadín con ellas.
muchos besos.pagana.
me encantó la leyenda.
Publicar un comentario