27 abril 2006

Cuchulainn y Emeth


Cuchulainn aún no se había enamorado jamás, a pesar de que por ser un guerrero tan famoso en el Ulster, muchas doncellas se le habían acercado en esos años tratando de enamorarlo. Los jefes y señores de los clanes le sugerían a menudo que buscara una esposa, pero ninguna de las jóvenes lograba despertar su corazón. Un día fue invitado a un banquete en la casa real, y ahí conoció a la hermosa y codiciada Emeth, hija de Forgall, señor de Lugach, y su joven y ardiente espíritu se inflamó de amor por ella, a tal punto que decidió pedirla en matrimonio en el acto.
Con ese propósito, al día siguiente se dirigió sin demoras al Castillo de Forgall, acompañado por su amigo Laeg. La bella Emeth se hallaba en las almenas de la fortaleza, departiendo y bordando con las doncellas de su comitiva, hijas de los nobles súbditos de su padre, cuando vio acercarse un carro por el camino de Math. La madre de Ehmet observó: "Uno de los hombres que se acercan parece ser el hombre más atractivo de todo Erín, pero su expresión es melancólica y triste"...
Cuando finalmente el carro se detuvo en el patio del castillo, Emeth se acercó a saludar a Cuchulainn, pero cuando éste le reveló que la razón de su presencia allí era el amor que sentía por ella, la doncella le explicó el rígido control que se padre ejercía sobre su vida. "No puedo desposarme antes que mi hermana mayor, Fiall, ésas son las reglas de la familia", dijo ella. Cuchulainn, bastante enojado, respondió: "No es a ella a quien amo, sino a vos, y volveré triunfador por tí, a reclamarte." Mientras decía esto, sus ojos descendieron de los de ella hasta su escote, el cual dejaba entrever la curva suave del pecho de Emeth. "Mía será esa llanura, la dulce y mágica llanura que conduce al valle de la doble esclavitud!" exclamó el fervoroso joven, a lo que la dama respondió " Nadie llega a esta llanura sin antes haber cumplido con sus deberes, y los tuyos aún están por comenzar a ser cumplidos...", una cauta pero no desalentadora réplica.
Cuchulainn montó en su carruaje, y se fue. Pero las palabras de Emeth había calado hondo en su mente, entonces al día siguiente comenzó a prepararse para la guerra y las hazañas heroicas que Emeth le pedía que realizara, y marchó a la aventura. Entre sus hechos famosos, figuraron la derrota de Scatagh, la diosa guerrera, y el aniquilamiento de los malévolos hijos de Nechtan, los mismos que habían asesinado a incontables hombres del Ulster. Cuchulainn obtuvo fama, gloria y un gran botín de sus hazañas, y una vez concluidas, se dirigió a buscar a Emeth, como estaba implícitamente claro entre ellos. Una vez en el castillo de Forgall, solicitó formalmente la mano de su amada, y dejó la dote correspondiente a la hermana mayor, como era la costumbre.
Y así fue conquistada Emeth, tal como ella lo había pedido, tras lo cual Cuchulainn la llevó a Emain Macha y la hizo su esposa, para no separarse jamás hasta el momento de su muerte.


(leyenda celta)


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23 abril 2006

El Guaimi-mgüe


El gran Cacique Pearé (Noche) era célebre en todas las comarcas de habla guaraní. Su hija Koembiyú (Estrella), que debió este nombre a su gran belleza, causaba admiración a quienes la veían, y su hermosura se hizo tan famosa, que desde tierras lejanas llegaban poderosos caciques dispuestos a conocerla y ofrecerle los mejores presentes.
Costosas plumas de garza blanca, pieles de los animales más raros, tejidos de plata, brazaletes de oro, piedras preciosas y mil regalos dignos de una reina depositaban a sus pies los más encumbrados jefes que deseaban hacerla su esposa.
Nada de esto logró despertar el amor de la bella Koembiyú. Ninguno de sus pretendientes consiguió ser aceptado por esposo.
Pero Pearé, en el deseo de casar a su hija y tener así quien le sucediera en el poder, decidió celebrar una gran reunión en la que Koembiyú debía elegir esposo entre sus admiradores.
Todos los pretendientes se prepararon para participar en el gran torneo que se llevaría a cabo dentro de tres lunas. El que resultara vencedor tendría el derecho de tomar como esposa a la hija del Cacique.
Difíciles pruebas se cumplirían en el torneo. Deberían presentar a la bella: el jaguar más hermoso de la selva, el pájaro de canto más armonioso y el pez de colores más brillantes, que cuidaban con gran esmero las Cuña-Payés (hechiceras).
Los peligros son enormes, pero los jóvenes guerreros los aceptan con gusto, dispuestos a conseguir la preferencia de la hermosa india.
A medida que la fecha de la fiesta se acerca, van llegando a la tribu los pretendientes, escoltados por numeroso séquito que canta las hazañas de sus jefes y transporta los más ricos regalos para la prometida.
Llega el ansiado momento de la fiesta. Es un día de primavera.
En un claro del bosque está la tribu reunida. El cacique Pearé, con sus mejores galas, preside la fiesta. Un poco alejada está Koembiyú que, más hermosa que nunca, ha adornado su cabeza con una guirnalda de blancas flores silvestres; en su cuello brillan collares de piedras de colores; sus brazos ostentan ricos brazaletes de oro y esmeraldas, y cubre su cuerpo bronceado un fino tejido de plata.
Se sirve a los concurrentes miel y chicha. El entusiasmo aumenta. La fiesta va a comenzar.
Koembiyú, recostada contra un corpulento árbol, mira a lo lejos, sin prestar atención a la fiesta que se celebra en su honor.
De pronto toma una expresión diferente. Una luz ilumina su rostro. Parece escuchar con agrado a un desconocido que le ofrece su amor y protección.
Al verlo, sonríe con dulzura y se da cuenta de que ahí está el que ha despertado su corazón. Ese joven ha de ser su esposo.
Inmediatamente comunica a su padre:
-¡Padre! ¡Padre! Que el torneo no comience. Ya ha llegado aquel que esperaba. ¡El elegido para esposo está aquí!
-¿Quién es el desconocido que pretende así robar mi más preciado tesoro? -grita airado el Cacique.
-¡Padre!, escuchad: No es un guerrero ni un rico jefe, pero ha venido de muy lejanas tierras, ha cruzado bosques y ríos y ha despertado mi cariño y conquistado mi corazón.
-¡Mostradme a ese joven! -ordena el jefe.
Y Koembiyú presenta a su padre, a un joven pobremente vestido, cubierto su cuerpo con un manto descolorido y sucio con el polvo del camino.
Su pobre figura resulta empequeñecida al lado de los otros pretendientes lujosamente ataviados y con plumas de colores brillantes en sus orgullosas cabezas.
Pearé desaprueba la elección de su hija. Echa al desconocido de su presencia y se opone a que Koembiyú lo acepte como esposo.
La pobre niña, muy triste, baja la cabeza. Por sus mejillas resbalan lágrimas de pena; pero debe obedecer a su padre...
Se da vuelta para decir adiós a su elegido, y se asombra al verlo transformado.
El desconocido se ha quitado el raído manto que lo cubría, quedando convertido en un gallardo joven de rubios cabellos y de ojos azules que le dice:
-Soy el Hijo del Sol, que enamorado de tu gracia y tu bondad, hermosa Koembiyú, vine a pedirte por esposa; pero el orgullo y la vanidad de tu padre han producido mi enojo y, en castigo, te convertirás en pájaro que al adorarme, llorará tus penas.
En ese mismo instante, la hermosa india se transformó en un pájaro.
Desde entonces, al atardecer, cuando el disco rojo del Sol se esconde en el horizonte, se oyen en la selva los lamentos quejumbrosos de una ave. Es el "guaimi-mgüe" (Hija del Sol) que en el canto traduce la pena y el dolor que causara a la bella Koembiyú la decisión de su padre guiado por la codicia y la soberbia.


(leyenda Guaraní)


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19 abril 2006

Leyenda del Clavel del Aire


Corre por todo el noroeste argentino una hermosa y triste leyenda sobre el clavel del aire, planta que vive pendiendo de los troncos o ramas de añosos algarrobos o de los pelados peñascos. Refiere la misma que durante una minga, un joven oficial español se enamoró de una indiecita conocida por Shullca, la que en ningún momento correspondió al apasionado amor de aquél. Juró entonces vengarse de la que así despreciaba su cariño, y una tarde en la que la halló sola en la sierra comenzó a perseguirla. La niña, en su desesperación, trepó a la rama más alta de un coposo algarrobo que el viento balanceaba amenazando derribarla. Pidióle el joven con buenas palabras que bajara, prometiéndole respetarla si así lo hacía. Como la niña se negara a ello, le amenazó con su puñal. Lo que no pudo la súplica, menos logró la amenaza. Y entre despechado y furioso arrojó el arma que fue a clavarse en el pecho de la infeliz. Como un pájaro cayó el cuerpo de Shullca en el vacío y tras él, el del oficial hispano. Una gota de sangre alcanzó, empero, a humedecer el tronco del árbol. Y allí nació el clavel del aire.


(leyenda Argentina)


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15 abril 2006

Manitú


"Por supuesto que puedo cazar un reno", habia afirmado Ojibwa, respondiendo a las criticas de su abuelo, que lo consideraba demasiado joven e inexperto. Sin embargo, despues de pasar tres dias solo en el bosque, la tarea ya no parecia tan sencilla.
El primer dia, Ojibwa encontro la pista de un reno y lo siguio de cerca, pero el sol se puso antes de que pudiera alcanzarlo. El segundo dia. Ojibwa sorprendio a otro reno bebiendo en un arroyo; saco su arco, se aproximo al arroyo y piso, sin darse cuenta, algunas ramas secas que crujieron ahuyentando a su presa. El tercer dia, Ojibwa localizo a una familia de renos que se refugiaba detras de unos penascos, pero cuando empezaba a acercarse escucho el gruñido de un oso y se trepo en un arbol para ponerse a salvo. Por supuesto que cuando bajo del árbol los renos habían abandonado su escondite.
La noche del tercer dia, Ojibwa se encontraba en un claro del bosque dándole vueltas a su fracaso y considerando la posibilidad de regresar al campamento, sin pena ni gloria, cuando de repente escucho un zumbido y percibió un resplandor extraño.
Después del zumbido vino una voz:
-Soy Kitchi Manitu, no temas -dijo la voz.
-¡Oh, Kitchi Manitu! Necesito tu ayuda.
-Para volver al campamento con la cola entre las piernas no necesitas la ayuda de Kitchi Manitu.
-Estoy decidido a intentarlo una vez mas, pero no se como.
-El primer dia fallaste porque te falto rapidez, el segundo día fallaste porque te falto sigilo y el tercer dia... bueno, aceptemos que el tercer dia fuiste simplemente un cobarde. Necesitas que manitu, la fuerza, crezca dentro de ti. Para eso deberas internarte en el bosque de los abedules: pasaras dos dias con sus noches sentado en la piedra mas plana que encuentres en aquel bosque. Pondras tu mirada y tu atención en los troncos de los arboles, en ninguna otra cosa. Al final del segundo dia se presentara tu animal protector y te indicara un camino.
Ojibwa siguio las instrucciones con todo cuidado; permaneció atento y quieto dos dias con sus noches. Al final del segundo dia, tal como Kitchi Manitu lo habia anunciado, llego un animal, un castor de ojos mas bien grandes. El castor se anuncio golpeando su gruesa cola contra el suelo, y en cuanto noto que Ojibwa lo habia visto se echo a correr. En ese momento Ojibwa recodo que su primera falla habia sido la falta de rapidez, de manera que empezó a correr detras del castor.
Despues de un rato, el castor paso a pocos metros de un gigantesco oso que arañaba distraidamente la corteza de un abeto. Ojibwa recordó que su tercera falla habia sido sucumbir ante el miedo, y siguio corriendo tras el castor, ignorando la presencia del oso.
Finalmente el castor entro a la zona mas tupida de la floresta y detuvo su carrera, dando paso a una marcha lenta. Ojibwa recordo que su segunda falla habia sido la falta de sigilo, y empezó a caminar tan suave y discretamente que sus mocasines no hacían ruido alguno. Asi se acercaron a un reno que masticaba yerbas y sacaba de vez en cuando la lengua.
Ojibwa apunto con su arco y se disponía a lanzar la flecha cuando el reno desapareció. No se escapo, no se movió; simplemente desapareció. En el sitio donde había estado el reno surgió un resplandor...Kitchi Manitu.
-Ya has aprendido bastante por ahora -dijo el Gran Espíritu-. No dudo que un dia, muy pronto, seas un buen cazador. Ahora regresa al campamento y dile a tu abuelo que tenia razón, que te falta mucha experiencia. Si lo haces, agregaras a todo lo que has aprendido una lección de humildad.


(leyenda Chippewa/Ojibwa)


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12 abril 2006

El bigote del tigre


Una mujer coreana llamada Yun Ok
fue un día a ver al gran sabio de su aldea, un ermitaño que
tiempo atrás se había retirado a vivir a una montaña
donde vivía con lo mínimo y en armonía con la naturaleza.
Esa misma naturaleza era la que proveía para el anciano, y de la
que obtenía también los elementos que componían las
pociones que fabricaba.

Cuando Yun Ok entró en su
casa, el ermitaño, sin levantar los ojos de la chimenea que estaba
mirando dijo:

¿Por qué viniste?

Yun Ok respondió: Estoy desesperada,
gran sabio. Sin duda necesito una de vuestras pociones.

-Maestro -insistió Yun Ok-,
si no me ayudas, estoy verdaderamente perdida.

-Bueno, ¿cuál es tu
problema? -dijo el ermitaño, resignado por fin a escucharla.

La mujer empezó a contarle
al anciano su problema. Su marido, tras volver de la guerra, había
cambiado totalmente. Pasó de ser un hombre cariñoso a alguien
frío y distante. Ya no hablaba, y las pocas veces que lo hacían,
su voz sonaba helada, dura, áspera. Apenas comía, y muchas
veces se encerraba en su cuarto tras dar un manotazo y se negaba a ver
a nadie. Había abandonado sus ocupaciones y solía pasar el
tiempo sentado en la cima de una montaña, con la mirada perdida
en el mar, negándose a pronunciar palabra. Sus ojos, antes vivos
y cómplices, eran ahora hielo o fuego rabioso. Ya no era el hombre
con quien se casó.

- La guerra... La guerra transforma
a tantos... -musitó el anciano.

- Creo que una de vuestras pociones
le haría volver a ser el hombre cariñoso que un día
fue.

- Una poción... Tan simple
como una poción... En fin, te diré que no será fácil,
y además para hacerla necesitaría el bigote de un tigre vivo.
Es su ingrediente principal. Sin bigote no hay poción.

La mujer se fue apenada porque no
sabía cómo podría conseguir el bigote, pero era muy
grande el amor que le profesaba a su marido, por lo que una noche
se decidió a buscar ese tigre. Con un bol de arroz y salsa de carne
se encaminó hacia la cueva de una montaña donde se decía
que habitaba un tigre. A cierta distancia de la cueva depositó el
bol con comida y llamó al tigre para que viniera, pero él
tigre no vino. Así pasaron días en los que la mujer cada
vez se acercaba unos pasos más a la cueva, llamando al tigre, que
empezaba a acostumbrarse a su presencia. Una de esas noches, el tigre se
acercó algo a la mujer, que tuvo que esforzarse para no salir corriendo.
Ambos quedaron a escasa distancia, mirándose, escena que se repitió
varias noches. Días después, la mujer empezó a hablar
al tigre con una voz suave, y poco tiempo después, el tigre empezó
a comer cada noche el bol de comida que ella le llevaba. Así pasaron
hasta seis meses, llegando a haber cierto vínculo entre ellos (ya
la mujer hasta le acariciaba la cabeza cuando el tigre comía). Y
llegó la noche en la que la mujer le suplicó al tigre que
no se enojara, pero que necesitaba uno de sus bigotes para poder sentir
cerca a su marido. Y se lo arrancó, y para su sorpresa, no, el tigre
no se enfureció.

La mujer fue nada más amanecer
a la cueva del ermitaño, a quien le enseñó el bigote
del tigre que había conseguido, feliz porque ya obtendría
su poción. El ermitaño tomó el bigote satisfecho y
lo arrojó al fuego. La mujer chilló sin entender nada, y
el anciano la calmó y le preguntó cómo había
conseguido el bigote.

- Yo... Fui cada noche a la cueva
del tigre, llevándole comida, hasta que me perdió el miedo
y se acercó a mí. Fui muy paciente, seguí llevando
comida aunque el tigre no la probaba, seguí acercándome cada
noche aunque a veces el tigre ni siquiera salía. A partir de una
noche, el tigre empezó a salir a recibirme y más tarde comía
cuanto le llevaba. Entonces empecé a hablarle, dejando que me conociera,
y aprendí a disfrutar también de esos momentos en los que
estábamos juntos. Y más tarde, le pedí el bigote.
Pero ahora que lo has tirado... Ahora no habrá poción y mi
marido seguirá ajeno a mí, como si no existiera!

- No te preocupes, mujer -susurró
el anciano-. Y escúchate. Lograste la confianza del tigre simplemente
estando ahí, ofreciéndote, esperando, dejando que te conociera,
hablándole y dándole el tiempo que necesitaba. Y además
aprendiste a disfrutar de vuestros encuentros. ¿No crees que un
hombre reaccionará de igual modo ante el cariño, la comprensión,
el interés, la compañía? Si pudiste ganar con cariño
y paciencia la comprensión y el amor de un animal salvaje... Sin
duda puedes hacer lo mismo con tu marido...

La mujer comprendió entonces.
Amar, confiar, tener paciencia, mostrarse, dar tiempo... Había aprendido
una valiosa lección gracias al ermitaño. Y no necesitaría
de más bigotes de tigre para sentirse cerca de aquel a quien amaba.

(leyenda coreana)



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06 abril 2006

Edipo


Fue un desventurado príncipe tébano, hijo de Layo y de Yocasta. Poco antes de que ambos se casaran el oráculo de Delfos les advirtió de que "el hijo que tuvieran llegaría a ser asesino de su padre y esposo de su madre". Layo, nada más nacer su primogénito encargó a un íntimo conocido que matase al niño, pero dicha persona, dubitativa entre la lealtad al rey y el horror que le producía la orden encomendada, perforó los pies del bebé y lo colgó con una correa de un árbol situado en el monte Citerón. Forbas, un pastor de los rebaños del rey de Corintio escuchó los horribles lamentos y lloros del bebé y lo recogió entregándoselo para su cuidado a Polibio, cuya esposa Peribea se mostró encantada con el bebé y lo acogió amorosamente en su seno, dándole por nombre Edipo, que significa "el de los pies hinchados".
El joven Edipo tenía catorce años cuando se mostró enormemente ágil en todos los juegos gimnásticos levantando la admiración de muchos oficiales del ejército que veían en él a un futuro soldado. Uno de sus compañeros de juegos, corroído por la envidia que le producían las capacidades de Edipo le echó en cara, para insultarle, que no era más que un hijo adoptivo sin honra ninguna. Ante tal hecho, Edipo, atormentado por las dudas a menudo preguntó a su madre por su procedencia, pero Peribea que veía más mal en la verdad siempre se esforzó en persuadir a Edipo de que ella era su auténtica madre. Edipo, sin embargo, no estaba contento con sus respuestas y acudió al oráculo de Delfos, quien le pronosticó aquello mismo que ya había dicho a los reyes de Tebas, aconsejándole además, que nunca volviese al lugar que le había visto nacer. Al oír esas palabras Edipo prometió no volver jamás a su tierra, Corinto, y emprendió camino hacia la Fócida. Estando en viaje se encontró a cuatro personas que viajaban en un carro, sobre el cual se hallaba un viejo que amenazó con arrogancia a Edipo si éste no se apartaba del camino. Hubo una disputa entre ambos, y, finalmente, Edipo mató con su espada al viejo anciano. Ese anciano era Layo, el padre que nunca había conocido.

La desgracia que sobre Tebas cayó con la muerte de su rey se vio acrecentada con la aparición de la Esfinge, un horrible monstruo enviado por Dionisio, o, según otras versiones, por Hera. La Esfinge tenía cabeza, cara y manos de doncella, voz de hombre, cuerpo de perro, cola de serpiente, alas de pájaro y garras de león y desde lo alto de una colina detenía a todo aquel que osase pasar junto a ella haciéndole una compleja pregunta cuya ignorancia provocaba la muerte a manos de la Esfinge. Los desgraciados eran ya miles. Creonte, hermano de Yocasta, y nuevo rey, prometió dar la mano de su hermana, y, por lo tanto, el trono de Tebas a aquel que consiguiese descifrar el enigma de la Esfinge. Dicho enigma era: "¿cuál es el animal que por la mañana tiene cuatro pies, dos al mediodía y tres a la tarde?" . Edipo que deseaba la gloria más que nada y que disponía de una sagacidad sin límites dio respuesta al misterio de la Esfinge diciendo "el hombre que en su infancia anda sobre sus manos y sus pies, en la edad viril solamente sobre sus pies y en su vejez ayudándose de un bastón como si fuera un tercer pie". La Esfinge, enormemente furiosa porque alguien hubiera desvelado el secreto, se suicidó abriéndose la cabeza contra una roca. Edipo se casó pues con Yocasta y vivieron felices durante muchos años teniendo por hijos a Etéocles, Polinice, Antígona e Irmene. Sin embargo, llegó el día en que una peste comenzó a arrasar toda la región, sin que tuviera remedio alguno, y el oráculo de Delfos informó de que tal calamidad solo desaparecería cuando el asesino de Layo fuese descubierto y echado de Tebas.

Edipo animó concienzudamente las investigaciones como buen rey que era pero éstas descubrieron lo que realmente había ocurrido: había matado a Layo, su padre y se había casado con Yocasta, su madre. Yocasta, después de este descubrimiento se suicidó y Edipo, abrumado por la gran tragedia, creyó no merecer más ver la luz del día y se sacó los ojos con su espada. Sus dos hijos le expulsaron de Tebas y Edipo se fue al Atica donde vivió de la mendicidad y como un pordiosero, durmiendo en las piedras. Con él viajaba Antígona que le facilitaba la tarea de encontrar alimento y le daba el cariño que requería. Una vez, cerca de Atenas, llegaron a Colono, santuario y bosque dedicado a las Erinias, que estaba prohibido a los profanos. Los habitantes de la zona lo identificaron e intentaron matarlo pero las hermosas palabras de Antígona pudieron salvar su vida. Edipo pasó el resto de sus días en casa de Teseo, quien le acogió misericordiosamente.


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